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Retrato de Sudáfrica

En ocasiones, una simple decisión, mala o buena, puede transformar al completo nuestra vida, nuestro porvenir. El destino es un término y una idea que ha rondado la cabeza de la humanidad desde tiempos inmemorables. Los filsófos griegos han dado vueltas a las diferentes teorías del destino en múltiples ocasiones y no hay más que acudir a grandes clásicos como La Odisea para darse cuenta de que en la literatura es un término muy recurrido. ¿Hasta qué punto estaba el futuro de Ulises en manos de los dioses?, ¿el sabio estoico debía acatar el destino que le marcaba la naturaleza? ¿Por qué el bravo Héctor fue abandonado por Apolo cuando se enfrentó a Aquiles? ¿Acaso estaba escrito? ¿Y qué hay del eterno retorno de Nietzsche, por el cual se repiten los mismos acontecimientos una y otra vez? Al filósofo alemán, el ‘descubrimiento’ de dicha teoría le produjo una felicidad inmensa. Desde un destino marcado a otro por construir, que cada cual tome la teoría que prefiera. No obstante, en el caso de David Lurie, protagonista de Desgracia, de John Maxwell Coeztee, una, aparentemente, sencilla decisión, marcará su futuro para siempre.

Ilustración de Francisca Aleñar
Ilustración de Francisca Aleñar

El escritor sitúa a los lectores en la Sudáfrica post-Apartheid, y les coloca delante de un lienzo lleno de contrastes, desde la relación del hombre y la mujer hasta la de los blancos con los negros, todo ello en el contexto de una sociedad cambiante, conservadora, y muy diferente en función de la generación que la esté afrontando. El protagonista, un mujeriego cincuentón, dos veces divorciado, comenzará una relación demasiado íntima con una alumna, y lo que para él es un simple juego a los mandos de Eros, se convierte en el error que le hará caer en desgracia, en un pozo que le hará cambiar de vida y aprender a ver las cosas con otros ojos. Y con un punto de inflexión muy diferenciado Coetzee ofrece una historia llena de matices, de las que te hacen reflexionar y aprender, hilvanada con unos personajes muy bien construidos, desde Petrus, el vecino africano de su hija Lucy, hasta esta última, con su compleja forma de entender su papel en la Tierra.

No es una cuestión de tener razón, es una cuestión de entender el mundo de una forma u otra. Posiblemente Lurie no tiene el concepto de destino de los estoicos, ni desearía un eterno retorno nitzscheniano, pero lo que es evidente es que ya no hay vuelta atrás, y el nuevo mundo que se abre ante él, su nueva vida, no parará de darle lecciones, a base de golpes, para que abra los ojos y comprenda que todo es mutable, cambiante y él no es más que un peón más en un tablero. La pregunta es, ¿quién está jugando? ¿Quién nos hace ser como somos, cometer atrocidades, sufrirlas? El hombre y nada más que el hombre, como fue el hombre quién instauró el Apartheid en Sudáfrica, y también fue el propio hombre el que tuvo que abolirlo, y como fue la misma humanidad la que ‘creó’ la sucia misoginia, o el racismo, o la xenofobia, o el crimen…o la justicia. Pues eso, cuestión de miras.

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