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Con la II Guerra Mundial, el silencio se instauró en toda Europa. Muchos ciudadanos no comprendían cómo se había podido llegar a aquella situación. Miraban las tierras regadas por sangre y enmudecían cada vez que alguien preguntaba cuándo se habían perdido los valores pasados. La literatura, habituada a razonar cuando nadie habla, tomó el reto de dar respuesta a aquellos interrogantes, y a la vereda del conflicto surgieron novelas como la archiconocida El extranjero, de Albert Camus, o la casi anónima Agostino, de Alberto Moravia.
Ambas novelas reproducen el retrato de una sociedad ausente. En algunos fragmentos se acercan al costumbrismo, y en otros tanto retoman el realismo sucio que ya se exploró a comienzos del siglo XX. Aunque con estilos muy diferentes, estas dos novelas ofrecen al lector el reflejo de una sociedad aturdida que, tras una metamorfosis sangrienta, había despertado desprovista de valores o de un código moral al que aferrarse.
De aquella confusión, surgió una literatura despojada de los adornos y las florituras propias de las vanguardias. Ahora bien, pese a que en su esencia estética y temática ambas obras tengan muchos puntos en común, Agostino y El extranjero difieren sustancialmente en el punto de vista del narrador. Además, la historia las deparó diferentes destinos: la primera ha sido injustamente catalogada como una obra menor; la segunda, encumbrada al estante de los clásicos del siglo XX.
V.G.S.