Cada escritor es lo que sus lectores piensan de él, lo que esperan de su pluma y de sus historias. Cada autor crea unas expectativas, y los asiduos lectores cogen los tomos con su firma en la portada esperando que ese nombre les deleite como otras veces, o tal y como le deleitó al amigo que se lo recomendó. Esto, por supuesto, conlleva, en ocasiones, decepciones, pero es un riesgo que todo buen lector acepta con gusto. Por ello es bueno que de vez en cuando los lectores nos acerquemos a una apuesta segura. En mi caso, una de ellas es Philip Roth. Tras leer mejores o peores novelas, siempre es bueno regresar a Roth, un escritor que te traslada a ‘su mundo’ con sencillez, de la mano, sin ser histriónico, ni efectista.
El hecho de que un buen amigo me regalase la Trilogía americana del escritor norteamericano tuvo un efecto balsámico. Ya pueden defraudarme varias historias seguidas, que yo tenía en la estantería nada menos que tres de las mejores novelas de Roth recopiladas en un solo tomo y con una magnífica edición de la editorial Galaxia Gutenberg. Así pues, aproveché para zambullirme en la primera, Pastoral americana (1997), nada más y nada menos que ganadora de un premio Pulitzer. Todos hemos oído hablar del ‘sueño americano’. Cientos de películas, documentales, reportajes y también novelas nos han querido explicar qué es (o qué era) aquello del sueño americano. Pero ninguno como Philip Roth. El de Nueva Jersey, como decía antes, te acompaña, paseas con él por sus páginas viendo, observando y aprendiendo. Y lo hace además con Nathan Zuckerman, alter ego del escritor, protagonista tanto en ‘Pastoral Americana’ como en el resto de novelas que conforman la Trilogía, a saber, ‘Me casé con un comunista’ (1998) y ‘La mancha humana’ (2000).

De la que versan estas líneas, Pastoral Americana, cuenta la historia de Swede ‘El Sueco’ Levov, la encarnación misma del sueño americano. Un atleta triunfador en su época de estudiante, heredero de la fábrica de su padre y felizmente casado con una ex Miss Nueva Jersey. El Sueco es honrado, trabajador, derrocha encanto y todo el mundo le adora. Es, simple y llanamente, un buen hombre. Y todo un ejemplo para la comunidad judía de Newark. Exhibe con orgullo y respeto sus raíces y, además, ama a su país por encima de cualquier cosa, una América idílica en la que el esfuerzo y el cumplimiento de los deberes de cualquier buen ciudadano son recompensados. Todo ello es Swede Levov, y todo esto lo muestra Philip Roth a través de Zuckerman. El lector conoce a Levov, a su mujer, a su hija. Conoce a los vecinos, el entorno que rodea a esta feliz familia americana. Y la historia te atrapa casi sin darte cuenta. Quizás en ocasiones baje la intensidad, si se me permite la palabra, de la trama. Pero una vez que la lees entera comprendes que cada ingrediente, cada elemento del argumento, tiene sentido.
Mención especial merecen esas páginas en las que la América del Sueco se derrumba, y el sueño americano se torna pesadilla un buen día de 1968. Y el deterioro de esta familia sorprenden al lector como sorprende a los Levov. Y de repente te encuentras en una burbuja preguntándote qué les puede pasar ahora, y sin esperarlo te encuentras el final. Un final que, además, invita a la reflexión. Una novela perfecta para mostrar cómo Roth repasa la historia de los Estados Unidos basándose en su propia experiencia y haciendo hincapié en la asimilación de la comunidad judía. Pastoral Americana repasa los cambios de los convulsivos años 60 y se los enseña al lector a través de los ojos de Zuckerman, la vida del Sueco Levov y el característico estilo de Philip Roth.