Las novelas son capaces de deleitarnos de muchas formas. Las hay que narran historias épicas y llenas de acción, las que nos trasladan a mundos de fantasía, las que retratan el mundo que nos rodea… La lista podría hacerse interminable, pero no vamos a perder el tiempo numerando los tipos de historia que puede esconder un libro. No obstante, sí que es preciso comentar cómo nos deleitan. Cuenten lo que cuenten, una buena novela, de esas que te atrapan, siempre te mantiene deseoso de pasar la página y te pones triste cuando llegas al final. Esto es, por supuesto, es mérito del escritor. Todo ello es lo que me ha provocado Las chicas de campo (1960), de la irlandesa Edna O’ Brian. ¿Cómo lo ha conseguido?
La editorial Errata Naturae decidió reeditar la ópera prima de esta irlandesa de 82 años. Ambas, novela y autora, guardan una historia apasionante. Comencemos con la segunda. Nació en el condado de Clare, en la provincia de Munster. Como muchos otros escritores de los que hemos hablado en La Milana Bonita, no recibió el apoyo de su familia cuando quiso demostrar su amor por las letras. Por ello, se vio obligada a estudiar Farmacia. Su primera novela, esta que nos concierne, vio la luz en 1960. Sin embargo, varios ejemplares fueron quemados en la plaza de su pueblo por mostrar a las campestres irlandesas demasiado “libertinas”. Cuestión de extremismos, como comprenderán.
Pero la novela es mucho más que el descubrimiento del amor o los apasionados sueños de una adolescente. Las chicas de campo nos traslada al lado más rural de la Isla Esmeralda en plenos años 50. Un mundo, el rural, tremendamente bello pero a su vez harto exigente. Especialmente con las mujeres, auténticos sustentos de las familias irlandesas de la época y las que menos recompensa recibían a cambio. Y es que la novela se dedica, con sencillez y exactitud, a retratar esa época, esos paisajes y esas gentes. Simplemente narra la vida cotidiana de Caithleen, la joven protagonista, y todos los personajes que la rodean, construidos con maestría. La época, el contexto, con su brutalidad y su belleza, proporciona la propia historia.
O’Brian retrata de manera brillante ese ambiente. De esta forma conocemos cómo Caithleen madura y crece a marchas forzadas, cómo supera el miedo a su padre, cómo sobrevive al convento donde es enviada y cómo su inteligencia innata e inocente la permite sobreponerse a una sociedad irlandesa que la cohibe y oprime. Porque Las chicas de campo es un canto a la libertad más pura, sin maquillajes ni colores políticos; a la libertad de quien puede y quiere disfrutar de la vida con los instrumentos que le ofrece: el amor, la amistad, el sentirse valorada y dueña de una misma. Es, pues, una novela de la vida de cualquier mortal, sin héroes ni antihéroes, sin épicas acciones, con la sencillez de una realidad gris.
No confundan esa última frase con la falta de color en la trama. Al revés, los hay, y muchos. Edna O’Brian tiene la habilidad para describir el bello paisaje campestre irlandés de quien se ha empapado de él durante toda su vida. Ya se imaginan el color que predomina. También hay sitio para dibujar con palabras la ciudad de Dublín, con los tonos más azulados y oscuros de sus tardes lluviosas. La guinda de una novela que te hace disfrutar de su sencillez como pocas lo hacen y un perfecto viaje a una Irlanda aún más desconocida y enigmática.