Las tramas secundarias, los argumentos de segunda capa o las historias adyacentes (da igual el nombre) son como los condimentos para un buen chef: cuando están, los comensales apenas nos damos cuenta; en cambio, si al cocinero se le han olvidado enseguida nos percatamos de que la comida está sosa, mejor dicho, increíblemente sosa y aburrida. En los relatos y las narraciones breves en general la utilidad de las tramas secundarias es menor, porque la intensidad del texto obliga a ser conciso y preciso. Sin embargo, cuando los proyectos tienen pretensión de ser más largos, su presencia nos puede ayudar a repartir mejor la carga dramática, a desahogar la historia con un momento de humor o, incluso, a dotar de carga simbólica a un personaje o a un lugar.
Un buen ejemplo de la utilidad que pueden tener este tipo de historias secundarias que se entrometen periódicamente en el desarrollo de la trama principal lo podemos leer en El gran Gatsby de F. S. Fitzgerald. En esta estupenda novela se suceden diversos relatos (a veces de menos de una página, otras de la extensión de un capítulo) que son capaces de dotar de múltiples tonalidades al libro. Su valor en la literatura es altísimo y la manera de engarzarlas en la narración es diversa. Nosotros, en esta nueva entrega de Orfebrería con palabras, tratamos de mostrar algunos ejemplos. Ahora bien, si realmente quieres aprender, lo mejor es leer con atención a los maestros, sus novelas son clases magistrales para novatos y expertos.
¡La revolución ha comenzado!