Llevaba días pensando en reseñar Desahuciados. Crónicas de la crisis (Ediciones Traspiés, 2013). Es un libro colectivo que seguramente pasará desapercibido en los círculos literarios, pero cuya existencia era completamente necesaria. Es decir, que si aún no se hubiera editado, alguien debería asumir la responsabilidad. Más de cincuenta autores (entre ilustradores y escritores) han dado vida a esta pequeña antología de la reivindicación literaria que, en cierto modo, demuestra que el arte no tiene porque ser apolítico y que tampoco es necesario hacer textos moralizantes para expresar la protesta.
Ahora bien, como he dicho llevaba un tiempo dando vueltas a la cabeza a este asunto, porque quería ejemplificar con otras lecturas y títulos la importancias social y política de la literatura. Y así, una cosa me llevó a la otra y, al final, terminé por retomar Catedral, uno de esos libros que me marcaron profundamente intelectual y emocionalmente (he de decir que con su lectura comprendí la esencia del relato moderno).
La rabia hecha literatura: Catedral
Catedral fue el cuarto libro de relatos que publicó Raymond y quizás es el que más impacto internacional tuvo en su momento. Se compone de doce relatos, historias mínimas de fracasados con una voz narrativa muy bien definida en la que predomina la insinuación frente a la explicación (la famosa dicotomía de “showing” y “telling”). Por esta obra, muchos han posicionado a Carver como el pionero de una generación de escritores enmarcados bajo la denominación de “realismo sucio”. Es complejo categorizar a un autor como Carver, cuya evolución narrativa es enorme, bajo un solo epígrafe; yo, por lo menos, no estoy de acuerdo con esta etiqueta.
El antihéroe como protagonista, las historias nimias y de fracaso como argumento, la narración de aquello que se ignora pero que marca el día a día de millones de persones, la crítica social… Es decir, la escritura desgarrada de quien asume que su literatura es un fracaso más. Todo esto se puede ver en Catedral que, además, desde un punto de vista estilístico se caracteriza por el minimalismo y el fragmentarismo. Gabri Rodenas en su artículo “Jarmusch y Carver: se ha roto el frigorífico” lo explica perfectamente:
En el caso de Raymond Carver, minimalismo y fragmentación se aprecian sin problemas ya desde la misma forma: brevedad y apertura. Los desenlaces de sus relatos no se siguen necesariamente de acontecimientos recogidos en el texto. O dicho de otro modo, tampoco Carver nos ofrece una serie de conflictos o problemas que requieran solución para, al final, ofrecérnosla.
Para terminar, es interesante remarcar como es muy habitual que Carver narre una historia, pero que, en realidad, esté contando otra muy distinta. Es decir, se entrevé cierto alegorismo en toda su narración. Catedral recoge algunos de sus cuentos más brillantes, cada uno distinto en su argumento, pero en todos ellos se puede apreciar un elemento común: la fatalidad. Un destino trágico y predeterminado al que se ven abocados todos sus personajes, no tanto por una fuerza sobrenatural sino por su propia construcción social.
Un autor y su editor
Se encuentra Raymond Carver (1939-1988) dentro de esa corta nómina de cuentistas brillantes que dejó el siglo XX. Borges, Monterroso o Rulfo podrían ser algunos de los escritores con los que comparar a este genial autor. Primero fue ignorado, después convertido en un ícono de la literatura norteamericana y, ahora, tomado como ejemplo para muchos jóvenes aprendices del oficio que tratan de poner negro sobre blanco.
Para abrir boca antes de abordar más profundamente su figura, es muy interesante citar a Javier Aranguren Echevarría, quien resume con acierto el estilo de la obra del autor en su artículo “Los cuentos de Carver, ¿son siempre de amor?”:
Raymond Carver centra casi siempre la atención de su pluma en las relaciones que ya no funcionan, que nunca han funcionado, que es casi seguro que no se podrán arreglar, descritas en voces de primera persona del singular de seres humanos – casi siempre varones – que han sido superados por las circunstancias, por el desamor o por la perspectiva centralizada que provoca su propio egoísmo, haciendo fracasar así el último proyecto que entramaba la posibilidad de felicidad en sus vidas: el amor.

La vida de Raymond Carver se caracteriza entre otras cosas por la itinerancia. Pocas veces consiguió permanecer una larga temporada en una ciudad en concreto, algo que dejó un rastro de indeterminación geográfica profundo en sus relatos. Nació en Oregón 1938, poco después se mudó a una pequeña ciudad cerca de Washington con toda su familia. Con 18 años ya se había vuelto a mudar a Chester (California) y así sucesivamente hasta que murió en 1988, muy joven, con tan solo 50 años de edad. Otro gran escritor norteamericano, Stephen King, glosa este carácter nómada en una interesante biografía sobre Carver que publicó en el influyente periódico The New York Times (y que tradujo Clarín):
Si bien Ray Carver era brillante y talentoso, también era el tipo de bebedor destructivo que toca fondo y luego sigue enterrándose. Los asiduos concurrentes a Alcohólicos Anónimos saben que los borrachos como Carver son maestros de la curación geográfica que se niegan a admitir que si se sube a un tomador descontrolado a un avión en California, será un tomador descontrolado el que se baje en Chicago, Iowa o México. Hasta mediados de 1977, Raymond Carver estaba fuera de control. Cuando dio clase en el Taller de Escritores de Iowa junto a John Cheever se convirtieron en compañeros de copas. «Lo único que hacíamos era tomar», dijo Carver haciendo referencia al semestre de otoño de 1973. «No creo que ninguno de los dos haya sacado nunca la funda de las cuatro máquinas de escribir que teníamos».
Ignorar este estilo de vida a la hora de analizar su obra puede ser tentador para un estudio netamente inmanentista como el que se propone en este trabajo. Ahora bien, son muchos los que han visto en esta inestabilidad vital el armamento temático para sus relatos. El alcoholismo es otra de las características comunes de todos los derrotados que aparecen por sus cuentos. Algo, que como cuenta Stephen King era también propio en él.
Si bien Ray Carver era brillante y talentoso, también era el tipo de bebedor destructivo que toca fondo y luego sigue enterrándose. Los asiduos concurrentes a Alcohólicos Anónimos saben que los borrachos como Carver son maestros de la curación geográfica que se niegan a admitir que si se sube a un tomador descontrolado a un avión en California, será un tomador descontrolado el que se baje en Chicago, Iowa o México. Hasta mediados de 1977, Raymond Carver estaba fuera de control. Cuando dio clase en el Taller de Escritores de Iowa junto a John Cheever se convirtieron en compañeros de copas. «Lo único que hacíamos era tomar», dijo Carver haciendo referencia al semestre de otoño de 1973. «No creo que ninguno de los dos haya sacado nunca la funda de las cuatro máquinas de escribir que teníamos».
Enorme influencia también tuvo en la vida de Carver su primera esposa Maryann Burk. Ella fue su sostén durante dos largas décadas y concatenó empleos precarios, uno tras otro, para mantener a la familia. Camarera, profesora de clases particulares, vendedora de enciclopedias… Todo eso mientras ahorraba para comprar una máquina de escribir a su marido, un bebedor compulsivo violento y posesivo en ocasiones.
Tras 25 años casados las relaciones se pueden estropear de repente igual que un frigorífico, al menos así lo entendía Carver quien aborda la temática de “las parejas rotas” en muchos de sus relatos. Su matrimonio también murió después de una lenta agonía que ninguno de los dos supo o quiso evitar. Poco después de su divorcio, el escritor norteamericano se volvió a casar. Esta vez fue con la poetisa Gallagher. Ella y Gordon Lish (conocido como “Capitán Ficción”) fueron los principales valedores de su trabajo en la etapa final de su vida. Tanto, que existe una viaja polémica sobre el talento real de Raymond, ya que parece bastante evidente que Lish introducía y retocaba sustancialmente los textos cuando pasaban por sus manos.

La evolución estilística y narrativa de Carver está muy marcada en los diferentes relatos que fue publicando y hoy es apreciable por cualquier lector atento que compare ¿De qué hablamos cuando hablamos de amor? (publicado en 1976 con la mano del editor Gordon Lish detrás) y Principiantes (de publicación póstuma en 2009 y que recoge la obra anterior sin correcciones de terceros). Ahora, la pregunta que surge es saber si tras esos cambios se esconde la mano de su editor, o son las modificaciones pertinentes y habituales que realiza cualquier escritor en el proceso de revisión y edición de su obra.
Ante esta realidad, es fácil deducir que los rasgos predominantes que han atribuidos críticos e intelectuales a Carver pueden ser puestos en tela de juicio. Hablan de él muchos como un escritor “minimalista”, ahora bien, si se hace la interesante comparación entre esas dos obras se descubre que quizás detrás de esas frases cortantes y simples, de esos finales abiertos, de esa insinuación más que narración, puede estar Lish y no tanto el escritor hoy icónico. Ahora bien, como las respuestas a estos interrogantes son irresolubles lo mejor es centrar el análisis en el texto y dejar a un lado esta interesante polémica que en todo caso pone en tela de juicio al autor, pero nunca a la obra.
Interesante lo que se ha dicho, y aquí se vuelve a recalcar, sobre el modo de vida de Carver y cómo este ha afectado su obra. Sin embargo, con su narrativa minimalista, Carver inserta esa temática de carácter cotidiano, complejo, y la presenta con la simpleza del hombre moderno mismo.
Te invito a que leas nuestro comentario sobre Catedral en nuestro blog. Gracias por tu entrada.
https://letrastorcidas.wordpress.com/2016/01/26/carver-construye-catedral/