El mundo de la literatura está agitado en Francia, y el motivo tiene nombre propio: Louis-Ferdinand Céline. El autor de Conversaciones con el profesor Y o Viaje al fin de la noche (obra que, por cierto, hemos analizado en La Milana Bonita) no solo dejó novelas que marcaron una época, sino también bastante soflama antisemita publicada en forma de panfletos. Textos que la editorial Gallimard pretendía publicar y que, por presiones, finalmente se ha echado atrás. No quiero hablar de esta polémica hoy, pero me sirve de contexto.
En un artículo para el medio digital español CTXT titulado ‘Viaje al Céline extremo’, el escritor Hedoi Etxarte explica una curiosidad del mundo cultural francés harto interesante: “[…]desde la década de los setenta, los medios franceses que tienen legitimidad son entre liberales y progresistas. No hay grandes medios de extrema derecha, ni hay espacio para los intelectuales a la izquierda de la socialdemocracia. Pero ese campo ideológico –el del progresismo liberal– no ha producido autores con pegada en las últimas décadas.” Y es en ese espectro de protegidos, defendidos y exentos de polémicas ideológicas donde nos encontramos al autor que hoy nos atañe: Emmanuel Carrère (París, 1957).
Es el perfecto escritor francés, de esos hombres a los que les sienta bien la edad, afable y educado, tranquilo en las entrevistas y adulado por el entrevistador. Nunca habla ni demasiado alto ni demasiado bajo y es que él prefiere expresarse a través de sus libros. Si por algo destaca este escritor y periodista a partes iguales es que su narrativa es una simbiosis continua entre ficción y no ficción. Sus historias son crónicas y en ellas el propio autor parece hablar con sus lectores mientras la trama se desarrolla, y así han nacido novelas como Limónov (Anagrama, 2011), El reino (Anagrama, 2015) o El bigote (Anagrama, 2015). Recientemente, y en plena crisis de inspiración, recibió el Premio FIL en Lenguas Romances que otorga la Feria del Libro de Guadalajara y ha publicado Conviene tener un sitio adonde ir, también de Anagrama.
Tal y como describe el libro la propia editorial, “reúne una treintena de textos periodísticos y ensayos literarios escritos entre 1990 y 2015”. Porque Carrère es siempre una apuesta segura. Al menos eso me habían dicho, y acudí a él ansioso por descubrir qué tenía ese apreciado autor que parece encumbrar la literatura gala. La primera prueba de fuego no fue otro título que Limónov, calificado como obra maestra por algunos de mis referentes. Nada podía salir mal y sin embargo salió. Sencillamente, no pude con ese libro. No tanto por la historia que trata, de un personaje hipnótico y arrebatador, de los que a todos nos hubiese gustado escribir y, además, real. Mi problema con la novela fue precisamente el gran fuerte del parisino. Cada entrada en escena del ‘yo’, del punto de vista del escritor explicando cómo ha confeccionado la historia, se me atragantaba.
Me pareció una técnica magnífica, bien estructurada, refrescante, pero a su vez una sobreexposición narcisista que no conseguía digerir. Sobre todo porque ya no solo cuenta cómo nace su novela, la que estás leyendo, sino que también opina sobre este o aquel acontecimiento histórico, político o cultural, y lo hace de manera categórica. Es un arrebato de honestidad, pero parece decirte que, u opinas como el perfecto Carrère o no eres nadie. Decepcionado, una buena amiga me invitó casi sin querer a darle una segunda oportunidad, y lo hizo prestándome El adversario (Anagrama, 2006). Y en esta novela corta, que ni mucho menos ha acaparado tantos titulares como Limónov, encontré al Carrère que quise conocer en un primer momento. La novela cuenta la historia de Jean-Claude Romand, quien el 9 de enero de 1993 mató a su mujer, sus hijos, sus padres e intentó, sin éxito, darse muerte.
Un caso que descolocó a toda Francia y que despertó el interés periodístico y narrativo de un Carrère que decidió abordar el asesinato desde otro punto de vista, más introspectivo y, quizás sin querer, morboso. Supongo que la mente de los asesinos perturbados, sin saberlo, nos despierta una inquietud entre el pavor y el ansia de conocimiento. Así lo demuestran series de éxito como la reciente Mindhunter, de Netflix, basada en el libro Mind Hunter: Inside FBI’s Elite Serial Crime Unit de Mark Olshaker y John E. Douglas. Y resulta curioso, pero si has leído este libro o visto la serie, Carrère parece hacer lo mismo con Romand a través de un intercambio epistolar y un seguimiento del caso en las distintas vistas judiciales que van confeccionando su obra.
El adversario es Carrère en pequeñas dosis, también con presencia del ‘yo’ pero sin esa carga de superioridad que vi en Limónov. Explicaciones de cómo llega a conocer esta o aquella anécdota, de cómo trabaja para llegar al asesino o sus investigaciones sobre el terreno para ser testigo con perspectiva. Y a su vez, y aquí reside la gracia, una reconstrucción subjetiva del asesinato con reflexiones sobre temas que van desde la concepción calvinista de la salvación hasta la mentira como herramienta social.
Por todo ello, si aún no te has enfrentado a Carrère te recomiendo que no hagas como yo y empieces por los aperitivos, porque darse el atracón con el plato principal, pese a las ganas, no siempre es lo más conveniente y un escritor mal digerido puede convertirse en un escritor maldito en tu estantería. Por suerte, en ocasiones, existen las segundas oportundiades.
Con ‘El adversario’ me inicié con este autor y se ha convertido en uno de mis preferidos. No he leído su obra anterior porque fue con esta novela cuando decidió dar un giro radical y pasarse a relatar hechos reales. Después me encandiló ‘Una novela rusa’, impactante. ‘De vidas ajenas’ es durisimo. ‘Limónov’ muy buena también. Y ‘El Reino’ la más compleja. Un autor que no deja indiferente.
Recién estoy leyendo a Carrére aunque ya sabía de su existencia. La adaptación cinematográfica de El Adversario me lo presentó.
El libro con el que me he iniciado en la prosa de este autor ha sido Yo Estoy Vivo Y Vosotros Estáis Muertos sobre el incomprendido Philip K. Dick y lo he encontrado maravilloso. Una escritura limpia y amigable que nos lleva de paseo por los paisajes mentales y reales del malogrado escritor de manera respetuosa pero crítica también.
Pensaba leer Limónov, dada su fama, pero después de leer tu artículo creo que le daré una oportunidad a El Adversario mejor.
Gracias por tu reseña.
Limonov me gustó, acabo de leer El reino, me ha pasado lo que comentas de Limonov.He acabado un poco cansado de tanto «yo», en el primer libro me pareció interesante ese modo de escribir en este segundo ha pasado a ser cansino.
En algún momento tendré que leer el adversario.
Un saludo