Literatura y política, dos términos cuya unión siempre genera contradicciones pero que, por otro lado, son imposibles de desligar completamente. Pongamos un ejemplo. Cualquier día en el Congreso a los señores diputados de todos los partidos se les llena la boca con citas a intelectuales y escritores. Aquí, en España, hay una especie de gusto por citar a Ortega y Gasset y a Unamuno, aunque de vez en cuando se cuelan también Cervantes, Shakespeare, Larra, Galdós y Machado entre otros. Dichas referencias literarias siempre están sacadas de su contexto y son utilizadas sin ningún respeto como un elemento persuasivo más, al igual que las estadísticas o las informaciones periodísticas.
Además, la mayoría de las veces se pone en boca del escritor lo que dijo un personaje y esto, amigos míos, es un completo disparate. Yo me pregunto cómo de mal le debe sentar Don Quijote que atribuyan muchos de sus grandes aforismos a Cervantes. Una completa injusticia. Algo parecido le ha pasado a la obra de Louis-Ferdinand Céline (1894-1961). Sus novelas, literariamente brillantes, han sido relegados al ostracismo de público y crítica por la afinidad con el régimen nazi de su autor. ¿Es esto justo? Sin lugar a dudas, como ya avisaba al principio, la unión de literatura y política genera contradicciones, pero también un hermoso debate que aquí tratamos de abrir.
¡La revolución ha comenzado!
