¿Calculen la metamorfosis que pueden sufrir tres jóvenes de 18 y 19 años tras un lustro de vida? La verdad es que una hora, un minuto o un segundo pueden ser suficientes para modificar nuestra esencia y, por consiguiente, nuestra existencia. Nunca se sabe. Pese a todo, solemos aferrarnos a las ilusiones de los espejos obviando las entradas, las canas o las patas de gallo. Sintiéndonos eternamente jóvenes e interpretando un papel de nosotros mismos afincado en el pasado. Consecuentemente, llegado un momento puede que nos despertemos tras un sueño intranquilo, cansados del fingimiento, y que nos veamos en la cama convertidos en monstruosos insectos. Tumbados sobre nuestras espaldas duras en forma de caparazón, y que al levantar un poco nuestras cabezas veamos un vientre abombado parduzco con muchas patas, ridículamente pequeñas en comparación con el resto de nuestro tamaño, vibrando desamparadas ante nuestros ojos. ¿Deberíamos asustarnos? ¿Agonizar? ¿O analizar simplemente cómo el sistema y la sociedad nos han impuesto su metamorfosis?
Hace cinco años (concretamente el 18 de abril de 2010), comenzamos a emitir La Milana Bonita con un programa dedicado a La Metamorfosis de Franz Kafka. Si soy sincero, cuando escucho ese primer programa lleno de “buenas intenciones” y poco más siento cierta vergüenza. Más de una vez hemos hablado de quitarlo y borrar esos primeros pasos titubeantes, pero, al final, por una cosa u otra hemos preferido dejarlo ahí, visible ante todo el mundo como una cicatriz de la batalla. La mutación en nosotros se ha producido lenta e inexorablemente. Existen fieles escuchantes que nos han visto crecer, que han oído cómo con el paso de los años matizábamos nuestras opiniones, que han dialogado con nosotros, que han cambiado con nosotros. Cada página leída, cada minuto de radio emitido, es una lámina más en nuestras gigantescas crisálidas. En cierto modo, nos protegen, nos aíslan y generan una expectativa en aquellas personas que nos siguen. Por esta razón, nos da miedo eclosionar y desprendernos de ella. ¿Qué haríamos si al igual que Gregor Samsa tuviéramos que vivir atormentados porque la sociedad, el capital, la burocracia y los prejuicios nos hubieran convertido en monstruosos insectos? ¿Qué podríamos hacer si un día al levantarnos de la cama y mirarnos los pies nos viéramos convertidos en hombres grises?
Releer La metamorfosis en diferentes etapas de nuestras vidas debería desgravar impuestos. Es un ejercicio de reflexión y de autocrítica tan productivo como destructivo, siempre que pensemos dar un paso más en nuestra experiencia vital. Este libro de Kafka es un referente de la literatura del pasado siglo XX y lo seguirá siendo durante muchos años a no ser que haya un cambio radical. Samsa es quizás el mejor reflejo jamás escrito de los miedos de la sociedad occidental contemporánea. Puede, y digo solo “puede”, que exista un ejemplo narrativo equiparable en El extranjero de Camus. Ambos libros abordan de una manera brillante la deshumanización que sufren los individuos en las sociedades de masas capitalistas. Otros muchos han intentando algo parecido, pero consciente o inconscientemente siempre dejaban que se filtrará algún rayo de esperanza. Sin embargo, ni Meursault ni Samsa tienen redención posible. Ellos son productos, constructos sociales, frutos de la desesperanza a la que nos aboca el actual sistema.
Cinco años después, releo fragmentos de La Metamorfosis y me pierdo en las líneas. Hago gárgaras con las palabras, las degusto y, sobre todo, las sufro. Cinco años después vuelvo a escuchar aquel programa y, siempre, lo termino quitando. No puedo escuchar más de cinco minutos sin sentir “vergüenza ajena” con mi yo del pasado. Así sigue la metamorfosis. Prosigue el cambio. Es la hora de reinventarse. La próxima semana anunciaremos una gran sorpresa. Y todo esto a la sombra de una obra que acaba de cumplir 100 años.
¡La revolución…!