La traducción literaria en la mayoría de los casos implica una transformación, muchas veces algún tipo de pérdida y, en pocas, muy pocas ocasiones, una maduración de la propuesta original. Estos últimos casos, al menos hoy en día, se pueden contar con los dedos de la mano, ya que los traductores se han profesionalizado hasta tal punto que su mano invisible recorre millares de obras cada año sin reclamar siquiera una coma.
Puede que esto sea lo deseable (no entraremos aquí a valorar dichas cuestiones), ahora bien, existen casos sumamente especiales, como son los Sonetos de Jorge Ruiz de Santayana (Madrid, 1863 – Roma, 1952), los cuales exigen al intérprete algo más que una simple labor notarial. Son textos, en definitiva, que requieren del traductor tanto talento crítico como aptitud creativa y Alberto Zazo (en la actual edición de los sonetos de Santayana) ha demostrado ser garante de ambas cualidades. Así pues, nos encontramos ante una feliz noticia para el público lector hispanohablante que podrá (re)disfrutar gracias a la valentía de Salto de Página con una de las voces líricas más injustamente olvidadas de nuestro patrimonio cultural.
¿Nuestro? Realmente es difícil articular un discurso crítico desde una perspectiva nacionalista de la obra de Santayana. El «español-estadounidense» recorrió a finales del siglo XIX el mismo viaje del desarraigo al que se ven obligados hoy miles de jóvenes de los países mediterráneos. Aunque por razones bien distintas, él también nació en España, pero se educó en el extranjero y explotó su enorme talento en Boston (Estados Unidos), concretamente, en uno de sus más prestigiosos centros educativos: la Universidad de Harvard.
Los paralelismos históricos suelen llevar a equívocos, pero no deja de ser interesante remarcar el hecho de que se haya recuperado a este autor que llevó hasta las últimas consecuencias su idea de pertenencia (o mejor dicho, de no pertenencia a sus múltiples países de acogida) en un contexto histórico en el que existen tantos migrantes forzosos en el país. Es cierto que Santayana escribió toda su vida en inglés, que se formó y desarrolló profesionalmente en Estados Unidos y Europa, pero, como bien indica David Pujante en el magnífico prólogo de esta obra, él nunca renunció a su pasaporte de español:
Resulta simbólico este lugar de nacimiento, que adquiere además un especial realce cuando nos enteramos de que jamás renunció a su nacionalidad española, aunque viviera toda su vida en el extranjero y escribiera toda su obra en inglés; y, rizando este rizo de su hispanidad, hay que decir que el momento de su decadencia final se inicia precisamente con la caída que tuvo al salir de la Embajada de España en Roma, a la que había ido para renovar una vez más su pasaporte español, ¡para reafirmar hasta sus últimos días su españolidad! (7-8).
Así pues, una compilación y traducción actualizada como la que nos propone Alberto Zazo desde el ámbito hispano se hacía indispensable. Resulta sumamente enriquecedor el diálogo que se establece en esta obra bilingüe entre los textos originales en inglés y su versión en español, ya que se posibilita al lector recrear la vivencia tanto del acto de escritura como del de traducción.
Sonetos, de Jorge Ruiz de Santayana, establece una hermosa conversación entre lenguas y, también, entre dos miradas (equidistantes y tangentes) escrutadoras del más allá: la poética y la filosófica, que se entrelazan en la obra del madrileño de manera sutil pero constante. No se puede olvidar que Santayana es uno de los filósofos más brillantes del siglo XX. Se le enmarca dentro de la conocida como «Edad de Oro» de Harvard en filosofía junto a su maestro Josiah Royce y a alumnos de la talla de T.S. Eliot, Gertrude Stein o Wallace Stevens. Esto, según David Pujante, ubica a Santayana en una categoría muy especial de «filósofos y poetas», en la que también se podría emplazar a otros grandes autores como Unamuno:
Ciertamente Santayana pertenece al tipo de filósofo escritor y poeta, y aun yo diría más bien (…) al tipo de poeta que es filósofo desde su observación poética del mundo. Sin duda, tradicionalmente, una especie sospechosa entre los filósofos (13).
Los cincuenta sonetos que componen la obra parecen evolucionar de lo estético a lo ético. Puede que esta sea una interpretación errónea, pero creo que no lo es tanto la formulación del argumento. A fin de cuentas, esta compilación recoge textos con más de diez años de diferencia (1883-1895), lo que nos permite, como lectores, seguir la evolución de pensamiento durante una década de una de las mentes más brillantes e independientes de finales del XIX y comienzos del XX. Así pues, se puede sugerir que la idea del «cambio», emocional y racional, actúa en el libro como una constante homogeneizadora, lo que posibilita una lectura fluida y armoniosa que, a su vez, conjuga perfectamente con la estructura fija del soneto.
¡Oh mundo, tú no eliges lo mejor!
sabiduría no es tan solo tu ciencia,
cerrando el ojo a la visión interna:
es sabio aquel que cree en el corazón.
(Soneto III, pág. 37).
Estar en paz con todo: eso es el cielo;
y venga el caos, y envuelva los planetas
en su ciclón. Ya he visto lo mejor.
(Soneto XLIX, pág. 131).
Dicha placidez en la lectura es posible, entre otras cosas, gracias a que Alberto Zazo no ha escatimado esfuerzos durante su labor traductora. Su apuesta por el verso endecasílabo durante toda la obra es un gesto de valentía que, si bien puede suponer algún tipo de pérdida semántica o simbólica, a la postre aporta un fuerte componente métrico que engarza estos sonetos ingleses con el sentimiento y el ritmo hispano. Seguramente habrá voces críticas que se opongan a esta decisión tomada por el traductor (para gustos los versos), pero será difícil que alguien niegue la honestidad del intérprete, ya que sin ningún tipo de pudor enfrenta ante los lectores a padres y a hijos en el eterno espejo de las páginas pares e impares. Además, es legítimo preguntarse qué hubiera preferido Santayana para la traducción de sus sonetos al español. Alberto Zazo da su respuesta y yo, personalmente, no creo que haya errado.
Reseña publicada en Castilla. Estudios de Literatura