Era 1929. El comité del Premio Nobel de Literatura estaba a punto de anunciar el fallo en aquellos tiempos en los que aún era para escritores y un alemán de apenas 25 años todavía no era consciente de la que se le venía encima. Su nombre: Thomas Mann. Uno de esos autores eternos que sobrevuelan la historia de la literatura con un aura especial, por encima del bien y del mal. De esos que gusta mostrar en las estanterías de casa y mencionar en alguna tertulia pseudointelectual para subir el caché. Un escritor, vaya, forjado en un siglo clave que supo, desde muy joven, transformar su inteligencia en palabras para deleitarnos a tantos millones de lectores de un modo atemporal.

El galardón se lo dieron por Los Buddenbrook (1901), nada más y nada menos que su primera novela. En ella, el natural de Lübeck cuenta la historia de una familia de la alta burguesía germana durante un periodo de tiempo que va de 1835 a 1875. Cuarenta años que sirven para hacer un retrato no solo de los propios Buddenbrook, sino de una clase al completo, con sus filias, fobias y contexto social, económico e incluso espiritual. De ella se ha dicho que es “la mejor novela del siglo XX”. Se trata de un siglo muy competido, desde luego, pero la obra bien merece estar entre las elegidas, y eso que dentro de los diferentes trabajos de Mann no está entre las más sonadas.
Las citadas suelen ser La montaña mágica (1924), La muerte en Venecia (1912) o Doktor Faustus (1947). Sin embargo, si tuviese que recomendar una sola obra para iniciarse en Mann y comenzar a comprender toda su grandeza, esa sería sin duda Los Buddenbrook. Con esta obra el propio Mann se quedó descolocado ante tamaño éxito e incluso “sufrió” los celos de un hermano que, también con aspiraciones literarias, vivió a regañadientes el fulgurante triunfo de Thomas. Además, la inspiración en algunos miembros de su familia para la construcción de determinados personajes despertó también cierto rechazo por ellos. Pero Mann, un cirujano de la literatura que describe con precisión quirúrgica la realidad humana sabía que ante él estaban muchas de las claves de una época.
Nació en el seno de una familia acomodada en 1875. Su padre, Thomas Johann Heinrich Mann, era el dueño de una compañía comerciante de cereales, exactamente igual que Johan Buddenbrook. No se trata de una novela del todo autobiográfica, pero sí que es cierto que toma muchas referencias de su entorno. No obstante, esto no es ni mucho menos lo más destacable de la novela. El argumento narra la historia de una caída, la decadencia de una familia cuyo negocio, generación tras generación y con cada cambio de manos, va perdiendo el brillo que una vez tuvo. De esta forma viviremos como lectores una historia en la que en realidad no ocurre más que la cotidianidad de la vida de la alta burguesía, con todo lo que ello implica.
Por el camino, con un árbol genealógico a modo de introducción, conoceremos a una larga retahíla de personajes, con la familia Buddenbrook al frente. Así se suceden diferentes momentos de la vida de sus miembros, y en este sentido se podría decir que en la novela no ocurre “nada”. Es simplemente el día a día, pero de una forma tan precisa, tan constructiva y esclarecedora que Mann nos permite viajar a una época e introducirnos en las mentes de sus protagonistas como si estuviésemos allí, en ese preciso instante. No faltan, por su puesto, las grandes reflexiones filosóficas y políticas que el autor pone en boca de sus personajes, una característica propia de sus novelas. Y en este sentido la obra tiene momentos memorables. La ética del capitalismo o la conocida influencia de Wagner en la prosa de Thomas Mann son solo algunos ejemplos de lo que da de sí una novela que sabe desentrañar la conciencia de una época. Una tarea solo al alcance de los mayores genios. Además, y quizás por la inexperiencia del escritor (en el mejor sentido de la palabra y en comparación con otras obras de Mann), Los Buddenbrook son una novela sorprendentemente amena y fácil de leer. Dicho esto solo me queda cerrar el texto advirtiendo al lector de que cada minuto que pase sin leer a este maravilloso escritor es un minuto perdido en su vida. Compruébelo.