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‘La casa de azúcar’, de Silvina Ocampo

Volvemos a un clásico argentino de una absoluta genia.

Imagina por un momento que el espacio decodifica la personalidad, que el entorno condiciona, moldea y juega con las características que hacen a las personas ser quienes son. Que la mente cambia, se transforma y vuelve a ensamblarse cuando alguien se  muda de un lugar a otro. ¿Quién eres, ese o aquel? ¿Te llamas Cristina o eres Violeta? La casa de azúcar, de Silvina Ocampo es un cuento que plantea el condicionamiento de la personalidad desde un punto de vista fantástico. La propuesta parte de una premisa inquietante: ¿puede una casa robarte la identidad? ¿los antiguos inquilinos continúan viviendo a través de ti?

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Silvina Ocampo, una escritora fascinante

No puede ser fácil, de ninguna de las maneras, crecer a la sombra de tu amigo, si este se llama Jorge Luis Borges; tu marido, Adolfo Bioy Casares y tu hermana, Victoria Ocampo. Pero Silvina no solo creció y se relacionó con todos ellos, sino que, desde un segundo plano, supo construir una carrera literaria a la altura de las grandes escritoras argentinas. Nacida en 1903, su vida estuvo siempre rodeada por el arte, independientemente de su forma de expresión, ya sea plástico o bajo el amparo de las letras. De Buenos Aires a París, como pintora y escritora, Silvina se movió sin miramientos por el mundo intelectual y artístico del siglo XX. Su amistad con Ítalo Calvino y su complejo matrimonio con Bioy Casares completaron los retazos de una mujer fundamental para comprender mejor la literatura en Argentina.

¿Cristina o Violeta?

El cuento gira en torno a la suplantación de la identidad, pero de un modo original y ambiguo. Cristina acaba de mudarse con su marido a la casa de azúcar, un lugar que atrae todas las miradas debido a su profunda e incandescente luminosidad. La pintura de la casa de azúcar es tan brillante que es imposible que no llame la atención de los curiosos. Resulta que hace muchos años una mujer llamada Violeta había vivido en esa casa, una vecina recordada por todos en el barrio. No obstante, la vida de Violeta siempre había sido un misterio y parte de ese halo de misticismo lo hereda inmediatamente Cristina que, poco a poco, comienza a sentirse menos ella y más otra persona.

El ritmo de la historia va creciendo progresivamente para enseñarnos la sutil metamorfosis de Cristina, frente la atónita mirada de su compañero sentimental. La presentación de los personajes ofrece la información necesaria para que, con cuatro pinceladas, podamos entender el modo en que ven y sienten esta nueva realidad. La casa de azúcar parece habitar en Violeta y Violeta parece alojarse en Cristina. ¿Quién es quién?

«Los juguetes no tienen sexo»

La casa de azúcar es un cuento para leer en unos minutos, simplemente hay que dejarse llevar por la prosa de Ocampo y descubrir qué ocurre en ese lugar. Además, los tempos narrativos se encuentran perfectamente delimitados y eso en un cuento no es tan sencillo como pudiera parecer. La lectura de la historia se completa con frases y detalles que dejan muy claro el tono reivindicativo de la escritora. Toda la información está ahí, al alcance del ojo avispado, más para un relato de finales de los años cincuenta. El desarrollo en sí es breve, pero no por ello están exentos una serie de mensajes que la literata nos deja al pasar. Son frases y oraciones sin conexión directa con la trama, que aguardan, impertérritos, ganarse nuestra complicidad. «Los juguetes no tienen sexo» es la más directa, pero hay alguna más, el broche que nos permite retener unos segundos extra el sabor dulce que nos ha producido su lectura.

La furia

La casa de azúcar fue incluido en La furia, la tercera recopilación de cuentos de Silvina Ocampo en 1959. Como dato curioso hay que mencionar que la alargada sombra de Borges tuvo mucho que ver en la elección del título de la obra.

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