Con frecuencia olvidamos el indiscutible valor de nuestros propios ojos. Porque… ¿qué pasaría si un día nos quedáramos súbitamente ciegos? Es la cuestión que plantea Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago. Y no hablamos de una pérdida de visión convencional, en la que la ausencia de luz rodea al ciego de un negro asfixiante, una oscuridad perpetua que se asemeja -o, al menos, se relaciona- con la muerte a la que todo el mundo, antes o después, termina por llegar.
Hablamos de la invidencia de Saramago. Una ceguera blanca que inunda una inconcreta y desafortunada población, en la que la vista de sus ciudadanos poco a poco sufre los estragos de una epidemia que los sumerge en una nada lechosa, tan repentina como injustificada.
¿Qué pasaría, insistimos? No resulta fácil de concebir. Y sin embargo, Saramago imprime la angustia de una ciudad desquiciada por la ceguera de modo que nos hace preguntarnos si no nos habremos quedado ciegos nosotros. A lo largo de sus páginas, asistimos impotentes e inútiles al deterioro político y humano de un gobierno que opta por contundentes medidas como el aislamiento de los infectados en primer término, y a la intervención militar armada para eliminar a los rebeldes, en última instancia.
Por supuesto, la historia se nos cuenta a través de unos ojos, los de una mujer que mantiene en secreto su incomprensible inmunidad ante el mal blanco, y quien, por no separarse de su marido; uno de los primeros afectados, aceptará el destino común del resto de ciegos en reclusión, si bien pronto deseará haber perdido la vista bajo la degradación moral que desfila ante su cada vez menos inocente mirada.
El envilecimiento del colectivo no parece tener barrera alguna. Pronto se impondrá la ley de la selva, y aunque todos hayan perdido el don de la vista, un pequeño conjunto de invidentes armados atacan a los más débiles; robarán, agrederán, violarán, matarán, chantajearán, sojuzgarán… los límites éticos se verán rebasados ante la indiferencia de las fuerzas del exterior, que permanece muda, sorda y -evidentemente- ciega ante los abusos de poder y las situaciones de injusticia que surgen entre los contagiados.
Pero Ensayo sobre la ceguera, lejos de ser un relato de terror al uso con un variopinto grupo de protagonistas que se esfuerza por continuar vivo con más cordura que dignidad, supone, en definitiva, un canto a la esperanza y a la solidaridad. La novela más significativa de Saramago se erige, pues, como una parábola sobre lo peor del ser humano, pero también sobre lo mejor, que hace de la empatía del hombre, su capacidad de colaborar o su conciencia individual y colectiva valores finales que determinan su supervivencia y, en sentido último, su redención.
Saramago también dota al texto de puntuales toques de ironía, que no solo no desentonan con el apocalíptico conjunto, sino que encajan como piezas en un puzle compuesto de innumerables oxímoros, como resignaciones desesperadas, tristes sonrisas o ciegos visionarios. Paradójicamente el médico protagonista es un oftalmólogo, uno de los enemigos más peligrosos de los personajes principales es un ciego de nacimiento, y a lo largo del relato los invidentes no dejan de evocar frases hechas con verbos como «ver» o «mirar», términos ya obsoletos que funcionan como el amargo eco de un mundo que, una vez perdido de vista, deja de existir para siempre.
Fiel a su estilo más personal, el Nobel portugués también hace gala de sus recursos más reconocibles, y en ocasiones hasta tramposos, para enganchar al lector con la fuerza magnética de su trama argumental. Uno de los más socorridos es su distanciamiento hacia los protagonistas, a quienes no atribuye ningún nombre propio, sino vagas especificaciones -«el primer ciego»- que pese a todo no entorpecen la participación del lector en su aciaga realidad, en sus miserias y en sus reflexiones más íntimas.
Otro de los rasgos más reveladores y contradictorios de Saramago es su estilo narrativo. Kilométricas frases, titánicos párrafos y un notable desprecio por los guiones en los diálogos o el punto y aparte caracterizan a una de las personalidades de la literatura más representativas de los últimos años, autor de otras obras de culto como El evangelio según Jesucristo, La caverna, El hombre duplicado o la igualmente recomendable Las intermitencias de la muerte.
Ensayo sobre la ceguera recoge así un dantesco lienzo en el que la degeneración física y la humillación emocional se dan la mano a ciegas, con una catarsis universal en la que la comunidad abraza con entusiasmo la perspectiva de un mundo mejor, si bien la conclusión deja un resquicio de desconfianza y aflicción en su atribulada protagonista. Sea como fuere, la ceguera desaparece del mismo modo inexplicable en el que irrumpió en la historia. Al final, podemos volver a ver. Tras el horror, llega la lucidez.
Notas
1. Esta reseña ha tomado como puntos de partida una edición de Alfaguara publicada en 2003, y una versión digital alojada en la web de la Facultad de Trabajo Social de la Universidad Nacional de Entre Ríos (Argentina), que permite descargar gratuitamente Ensayo sobre la ceguera.
2. Para una aproximación exhaustiva al Saramago más distinto de sí mismo, podéis escuchar el análisis radiofónico de La Milana Bonita sobre la novela El viaje del elefante.
3. Las imágenes empleadas en este texto pueden utilizarse sin fines de lucro y reconociendo la autoría de sus creadores:
– Fotografía de la edición inglesa de Ensayo sobre la ceguera (Blindness) con gafas en la cubierta: jellywatson via photopin cc
– Dibujo de mujer ciega: .donata via photopin cc