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El club de la lucha

origin_5507416159Uno. No entiendo por qué Hollywood sigue intentando adaptar mi novela tal y como no fue escrita. Dos. La actriz principal se comportaba como una estúpida. Tres. No hay director capaz de conseguir unos intépretes que se comporten como mis personajes. Es difícil encontrar un escritor que no condene la adaptación cinematográfica de su obra. Los códigos lingüísticos del séptimo arte y los de la Literatura son radicalmente distintos, y sin embargo ante las inminentes versiones fílmicas de los grandes éxitos los autores despliegan, en el mejor de los casos, unas saludables dosis de escepticismo. Un amigo mío sostiene que cuando él sea un juntaletras de éxito (y si Dios quiere, algún día lo será) y su obra sea llevada a la gran pantalla se adherirá al trabajo de los profesionales del celuloide como una bobina a su proyector. Y en caso de que la película resultante fuera mala (u horripilante), sonreirá ante los insaciables medios de comunicación, se encogerá de hombros con modestia y declarará que, «con el material de base, han hecho lo que han podido».

El caso de Chuck Palahniuk es singular. El autor aplaudió a rabiar el filme homónimo de su mejor novela , El club de la lucha, junto a los millares de fans que no fueron a verla al cine pero la erigieron con el tiempo en el fenómeno de culto que es hoy. Palahniuk afirmó que el largometraje superaba con creces al texto germinal, que terminaba por enfilar mejor sus objetivos narrativos y que le compelía, en definitiva, a sentirse un tanto avergonzado por lo que había escrito.

Pero, ¿son los miedos de Palahniuk justificados? ¿Tan pobre es su prosa, su trazado de personajes, su arco narrativo? ¿Es que acaso debemos quedarnos a abrazar un producto del séptimo arte henchido de metarreferencias, logros descubiertos del lenguaje cinematográfico e imágenes subliminales?

Pues no necesariamente. Por mucho que Palahniuk defienda el celebrado trabajo de Fincher, Pitt, Norton y compañía, su novela «El club de la lucha» resulta un producto más que digno, de reputado eco crítico y comercial y una excelente fábula sobre las debilidades del macho, la violencia como respuesta a las inquietudes mundanas y la destrucción de una cultura que se ha traicionado a sí misma tiempo atrás.

El protagonista del libro está loco. Ese es, se supone, uno de los giros clave de la trama, que no se revela hasta cercano el final, pero concebir este detalle como un destripe de la novela lo sería en la misma medida que decirlo de Patrick Bateman o de Alonso Quijano. Sabemos que algo no anda bien en su cabeza, pero eso no es lo peor de lo que le rodea. La descolocante Marla Singer. El carismático Tyler Durden. Un trabajo al que odia. Un mundo que está pidiendo que le hagan explotar, en todos los sentidos. Es la Alienación Subyacente de Fulano.

Pese a todo, nos vemos compelidos a confiar en su narración. A través de algo más de doscientas páginas nos perdemos en el sórdido mundo interior (y exterior) de este personaje sin nombre, y aceptamos su versión de los hechos sin permitirnos un atisbo de duda. Todo es coherente, incluso en esa improbable redención última, una ascensión al cielo final donde la salvación solo implica que el mal que nosotros mismos hemos creado ha escapado ya a nuestro control.

Y, sin embargo, El club de la lucha es mucho más. Es una feroz crítica contra los valores actuales del sistema de consumo, sobre hombres esclavos de su sueldo, sus ideales, sus principios y sus vías de escape. En un sentido, ha destapado la caja de Pandora entre críticos y adeptos que pelean sobre si el mensaje último de la historia es un canto al caos del anarquismo, un homenaje a los sistemas fascistas o ninguna de las anteriores.

No estamos, pues, solo ante un hombre que es capaz de sacudir al planeta con su improvisado método de huida de la vida cotidiana, unos clandestinos clubes de la lucha con bien pintorescas normas que pronto devendrán en primigenios comandos terroristas para sembrar el pánico en el sistema. Estamos ante un hondo estudio de las desazones humanas, un desasosegamiento del macho obligado a ser fuerte que se desmorona ante las exigencias de la sociedad, impasible ante grupos de ayuda, relaciones sociales o intercambios sexuales donde solamente busca, como todos, sentirse querido, respetado, parte de algo importante.

Pero quizá el mayor acierto del libro se vea en el magnético personaje de Tyler Durden, mucho más que el reflejo positivo, seguro de sí mismo y sin miedo a nada del protagonista. Perdedor, canalla y con una jerarquía de prioridades tan personal como férrea, no es casual que se nos presente al representativo hombre que lo cambiará todo como un proyeccionista de cine con mala vida que se dedica a intercalar fotogramas pornográficos en películas infantiles.

La Revolución, como se ha defendido siempre, debe empezar por el mundo de la Cultura.

Notas

1. Aqui podréis leer una versión íntegra en castellano de El club de la lucha de Chuck Palahniuk.

2. La imagen de Tyler Durden puede utilizarse sin fines de lucro y reconociendo la autoría a stanjourdan via photopin cc

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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