Con la garganta encogida cierro el libro. Es liviano, no tiene muchas páginas, y su tapa dura de color verde me ha acompañado varios meses en la estantería y solo tres días en la mano. Miro mi reloj. Aún tengo tiempo, por lo que abro de nuevo el tomo y me pongo a releer fragmentos. Con un lapicero y con el cuidado que tendría una madre con un hijo enfermo, empiezo a subrayar algunos párrafos y buscó en ellos las respuestas a varias preguntas. Releo prácticamente las primeras 50 páginas y me doy cuenta de lo ausente que había estado cuando me enfrente a ellas. Tengo muchas dudas, demasiadas. No me queda más remedio que rendirme ante la maestría y escuchar.
Primera pregunta. Querido libro, ¿a qué familia perteneces?
Respuesta. Windisch se sienta ante su bol de té. El vaho le devora la cara. El vapor de menta invade la cocina. Windisch ve su ojo dentro del té. Un hilillo de azúcar se desliza desde la cuchara a su ojo. La cuchara está dentro del té. Windisch bebe un trago de té. «Ha muerto la vieja Kroner», dice. Su mujer sopla el bol. Sus ojos son dos lunares rojos. «La campaña dobla a muerto», dice (…) El repique de la campana atraviesa las paredes. La lámpara dobla a muerto. El techo dobla a muerto.
Reflexión. Me había enfrentado a El hombre es un gran faisán en el mundo de Herta Müller como si fuera una novela más, ahora entiendo que se debe leer con la pausa y la atención que exige un poemario. Encuadrar este texto en uno de los tres géneros literarios (por no decir cuatro) es complejo. Es cierto que está escrito en prosa, pero no se puede obviar la carga poética de muchos de sus fragmentos, que hace que por momentos el texto se encuentre más cercano a la lírica. Además, su estructura fragmentaria permite perfectamente que se aborde su lectura como si de un libro de relatos se tratara. Y claro, esa tensión constante que tiene cada palabra, propia de los géneros breves en los que nada sobra y todo parece faltar, es contraria a la habitual extensión de las novelas.
Así y todo, cuando uno concluye la novela se da cuenta de que existe un hilo argumental perfectamente construido, percibe el cambio sufrido por los personajes y sueña con ese pequeño pueblo similar a una manzana verde y apetitosa, pero que por dentro ha sido devorada por los gusanos. Se hace así muy difícil encuadrar la obra de Herta Müller dentro de un género u otro. Si se pusieran en una balanza los diferentes rasgos, en mi opinión se inclinaría más el plato de la narrativa, aunque comprendería perfectamente que otra persona defendiera lo contrario. Para entenderlo en el mundo hispanohablante, lo más sencillo sería comparar la obra con Platero y yo de Juan Ramón Jiménez, ya que este libro ha generado los mismos quebraderos de cabeza.
Segunda pregunta. ¿Por qué me cuentas lo que me cuentas?
Respuesta. La mujer de Windisch lleva la escoba al cobertizo. «Vino la cartera», dice. «Apestaba a aguardiente y eructo varias veces. Dijo que el policía te agradece la harina, y que el domingo por la mañana pase Amelie por su despacho. Que lleve una solicitud y sesenta lei para timbres fiscales». Windisch se muerde los labios. Su cavidad bucal aumenta de tamaño hasta llegar a la frente. «¿A qué viene tanto agradecimiento?», dice. La mujer de Windisch levanta la cabeza. «Ya sabía yo que no irías muy lejos con tu harina», dice. «Lo suficiente para que mi hija acabe de colchón», grita Windisch hacia el patio.
Reflexión. A primera vista, el cuerpo me pide decir que se trata de un libro que narra la venganza, una venganza histórica contra los alemanes que quedaron atrapados en Rumanía tras los grandes conflictos bélicos del siglo XX. ¿O no? También puede ser un retrato de la podredumbre humana, de su capacidad de corromperse con la facilidad que se pudre una fruta en verano y la rapidez con la que que se marchita una flor. Todo esto se narra en El hombre es un gran faisán en el mundo, pero en el fondo resiste un mensaje mucho más profundo: el de la esperanza. Porque tampoco sería ilógico pensar que la novela aborda el mundo de los sueños y de las aspiraciones. Eso sí, con el eterno dilema ético y moral de no saber cuál es límite de la deuda que adquiriremos para cumplirlos.
Tercera pregunta. ¿Quién te ha creado?
Respuesta. El pueblo es pequeño. Por las calles laterales se ve caminar gente a lo lejos. Se alejan. En los extremos de las calles laterales, el maizal es una pared negra. En el zócalo de la estación percibe Windisch los vapores grises del tiempo detenido.
Reflexión. La respuesta parece sencilla. Herta Müller dirá rápidamente alguno. La escritora que muy pocos conocían cuando ganó el Nobel en 2009, responderían otros. Sí, exacto, la narradora rumana que escribe en alemán. Todos tendrían razón y, sin embargo, ninguno habría dado con la respuesta correcta, porque El hombre es un gran faisán en el mundo ha sido creado por los relatos domésticos de una generación reprimida o, mejor dicho, por lo que Unamuno definió como las «intrahistorias» de mujeres y hombres, cuyos nombres y apellidos ya nadie recuerda. Es por ello la novela una crónica social relatada con la precisión de una maestra. Al menos eso es lo que me ha contado a mí el libro. Si no me creen, pregúntenle.

Después de todas estas respuestas, solo me quedaba una duda: dónde se había escondido aquella genial escritora todos esos años, por qué no había sabido nada de ella, qué leches habían estado haciendo los editores todos este tiempo. Por una vez, y sin que esto sirva de precedente, agradezco al jurado del Premio Nobel de Literatura la valentía de premiar a Müller. Gracias a ellos su voz pasó a ser comercial y el gran público ha podido disfrutar en todo el globo de su impecable pluma. Tampoco me puedo olvidar de quienes me lo hicieron llegar como regalo, del librero que les aconsejó, de la editorial que apostó por la autora, de la genial traducción de Juan José del Solar, de…
Hola! Es curioso. Leí de esta autora «En tierras bajas» y la sensación fue tremendamente parecida a la que tú comentas. Me costó mucho aterrizar en la lectura, y las primeras páginas era una especie de ¿pero qué estoy leyendo?, también tuve que pararme y volver a empezar, y cuando comprendí cómo escribe y transmite Herta Müller, y traje a mis ojos lectores lo que sabía de su vida, entonces la lectura empezó a fluir.
Después de leerte y encontrar en tu comentario de esta lectura un calco en las sensaciones que yo tuve con «En tierras bajas» me queda más que claro qué voy a seguir encontrándome a esta genial autora en el resto de su obra.
Gracias y un saludo!
Muchas gracias por el comentario. La verdad es que es un placer leer a Herta Müller, eso sí, al principio como bien dices hay que dar una oportunidad al libro. Un abrazo.
Es uno de los libros más bellos y fuertes que he leído. La prosa de Muller es devastadoramente bella, debo decir, que hubo capítulos donde tuve que detenerme y respirar profundamente. El hombre es un gran faisán en el mundo es un organismo vivo, aunque lleno de podredumbre humana también nos muestra el frágil hilo amoroso que puede unir a una familia que ha sido pisoteada, y que sin embargo, todavía mantiene la esperanza.