Cerramos nuestra semana dedicada a Brian K. Vaughan con la reseña de La cosa del pantano: La jungla de asfalto. Y es que si hace unos días declaraba mi encanto con Y: El último hombre, hoy toca mostrar mi apatía ante la lectura de esta nueva versión de La cosa del pantano. Una en la que no encontraremos ni «cosa» ni «pantano» o al menos no una como la que estábamos acostumbrados a leer.

Al margen de que la sombra de Alan Moore en el personaje sea muy alargada, lo cierto es que La cosa del pantano de Scott Snyer o la reciente versión de Charles Soule no están nada mal, de hecho las recomendaría para experimentar el giro de tuerca que le dan a un personaje caracterizado por su corte existencialista. Etapas donde se exploran otras aristas de la criatura, como pueden ser su relación con el resto de avatares u otros superhéroes de la editorial. Cada guionista reinterpreta los elementos que dejara el Guionista Original (sí, así llaman a Alan Moore) para explorar la complejidad de un ser siempre fascinante y Brian K. Vaughan no podía ser una excepción a ello. Aquí abajo les dejamos con su sinopsis oficial:
Desde Alaska a Nueva York, Tefé Holland prosigue la búsqueda del Árbol del Conocimiento acompañada por un esquimal cosido de cicatrices y por un mercenario con lesiones en el alma. En su errático deambular, el grupo se cruza con una fauna variopinta compuesta por desdichados, suicidas, incendiarios, violadores y asesinos. Al intervenir en los asuntos ajenos, Tefé deja un rastro de miedo que atrae la atención de las agencias gubernamentales y de un misterioso asesino vegetal conocido como Kudzu.
Probablemente muchos de ustedes ahora mismo se estarán preguntando…¿ y quién es Tefé Holland? se trata de la mismísima hija de La cosa del pantano, fruto del amor de nuestro monstruo vegetal favorito y Abby Arcane. Su creación data del año 1987 y desde entonces no es que haya gozado de un papel destacado, ni siquiera en las historias de su padre. Una apuesta arriesgada por parte de Vaughan, pero también muy interesante ya que tenía en sus manos un amplio margen de maniobra para hacer lo que quisiera con Tefé. En este volumen, nuestra protagonista continúa la búsqueda del Árbol del conocimiento, una especie de árbol del Edén que le permitirá acceder a la información necesaria para entender su particular naturaleza. Una idea muy en su línea que no termina de cuajar del todo porque se extraña, en demasía, una mayor presencia de la «cosa». No me malinterpreten, Tefé no es un mal personaje, pero le falta fuerza para protagonizar una historia por sí misma. Por eso el guionista la rodea de un conjunto de compañeros y seres de lo más variopintos, pero ni aún así termina por convencer.
