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La señora Dalloway, de Virginia Woolf

mrsdallowayEn La Milana Bonita este mes de marzo lo vamos a dedicar a “La voz femenina en la literatura”. El pasado jueves ya empezamos a reflexionar sobre la existencia (o no) del machismo dentro del sistema editorial en un artículo en el que expusimos algunos de los principales interrogantes sobre los que reflexionaremos durante las próximas semanas. Ahora bien, ya sabéis que los debates etéreos no son los nuestro, por lo que siguiendo nuestro protocolo habitual hemos seleccionado tres lecturas para que nos iluminen en el camino: La señora Dalloway, de Virginia Woolf; Experta en magia, de Marion Zimmer Bradley; y La voz dormida, de Dulce Chacón.

Así pues, empezamos nuestra ruta narrativa con una escritora sublime, que ha sido capaz de entrar en todos los cánones artísticos y literarios del pasado siglo XX, pese a que este parece solo reservado a la masculinidad. Virginia Woolf, y concretamente La señora Dalloway, han marcado hito estético y ético. Puede parecer hiperbólico, pero la verdad es que desde nuestro punto de vista hay un antes y un después de Virginia Woolf en la narrativa europea y de todo ello hablamos en el programa.

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índiceMaría Lozano, en la fantástica edición de Cátedra Letras Universales, realiza un estudio sobre la obra y la crítica sumamente clarificador. La experta en la escritora británica defiende que a Virginia Woolf se la ha estudiado muy mal desde tres punto de vista: desde el biografismo (es decir, leyendo su narrativa como una especie de relato anticipatorio de su suicidio); desde la ideología (analizando toda su obra como un manifiesto feminista); o desde el inmanentismo (centrándose solo en los textos y en las peculiaridades formales y rupturistas).

En este análisis monográfico hablamos de estos tres puntos de vista y tratamos de demostrar que todos son parcialmente correctos e incorrectos. Encorsetar así a una virtuosa de la narrativa siempre conduce al error. Además, si el objeto de estudio es Virginia Woolf la imposibilidad de clasificación es inevitable, ya que ella es indeterminación per se.

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