Como muchos ya sabréis, al observar los lomos de los libros en cualquier librería, nos creemos dueños y señores de nuestros actos. Pensamos, inocentes, que tenemos el control de la situación, de ese momento en el que, en un ejercicio de constante reflexión con tintes de monólogo interior, tratamos de seleccionar un afortunado para llevárnoslo a casa y disfrutar de su lectura. Pues bien, estábamos equivocados. No tenemos, ni mucho menos, la sartén por el mango. Son los propios libros los que nos llaman y nos traen, los que nos eligen a nosotros.
Paseando por la librería que más quiero de mi ciudad di con un ejemplar que atrajo poderosamente mi atención. Era un tomo blanco, sencillo, con una portada más bien minimalista, tapa dura y un sencillo título, Cuentos Completos, acompañado por el nombre del autor: E.L. Doctorow. Pese a que proseguí con mi paseo por la tienda, aquel libro no salió ya de mi cabeza y como si supiese el final del relato, me lo llevé a casa. Se trata de una edición de Malpaso Ediciones («la primera de todos sus cuentos en cualquier lengua», como señalan en una nota previa), en la que colaboró el propio autor neoyorquino.
Tristemente, Doctorow falleció el 21 de julio de 2015 y como lamentan sus editores, no pudo ver este libro publicado. No obstante, como ya hemos dicho en varias ocasiones, los escritores son inmortales gracias a su obra y con ‘Cuentos Completos’ Doctorow nos dejó un legado de pequeñas historias que son en sí mismas una reflexión sobre el propio arte del relato. Un género que ha sido desde siempre imprescindible en la Literatura en general y la estadounidense en particular, con referentes como William Faulkner, Mark Twain o incluso J.D. Salinger. Un buen amigo me dijo hace poco que todo buen escritor, antes de hacer una novela, debe haber escrito cientos de relatos. Y no es una cuestión de que la novela sea más complicada o no, sencillamente es un arte distinto.

Lo demuestra Doctorow en cuentos como ‘Willi‘, con el que comienza la selección. Tan estético como introspectivo, el relato supone un viaje a la vida rural, al aislamiento que supone estar rodeado de una naturaleza que nos recuerda los instintos más primarios. Continúa con ‘El cazador’ y así hasta un total de 18. Tras leerlos, he rescatado dos características que comparten todos ellos. Por un lado, el estilo del autor, tan plástico y descriptivo (sin hacerse pesado) que permite al lector tocar, oler, ver y, en definitiva, sentir cada línea escrita. Los escenarios parecen cobrar vida, como si de un libro en 3D para niños se tratase, y es esa plasticidad de las historias uno de sus mayores atractivos.
Por otro lado, son cuentos duros, de los que dejan poso. Algunos funcionan mejor y otros peor, pero todos consiguen dejar un no sé qué revoloteando en la mente del lector, quien casi sin darse cuenta ha asistido a una escena brutal que le provoca un nudo en la garganta. Quizás es por la propia extensión de los relatos, que al no requerir de tantas palabras ( a veces fútiles, como ocurre en ciertas novelas) cultivan más la imaginación del que presencia la escena. Eso o que Doctorow no da puntada sin hilo. En cualquier caso, sin duda el libro acertó al atraerme hacia él, pues me ayudó a descubrir a un autor que tenía en el olvido y que ahora recomiendo por doquier. Y cierro ya, que quiero ser breve.
Admiro a Doctorow, considera a vida de los poetas a y a Willi, como dos relatos indispendables en la historia de la nueva narración contemporánea.
Gracias por la recomendación. Desconozco por completo a ese autor. Me gustan los cuentos. Los buscaré y me deleitaré con ellos, espero. Saludos de una milanesca del sur.
Hola,tampoco conozco a Doctorow lo buscare por qué me da mucha curiosidad leerlo