El ensayo pop está de moda. Si nos damos una vuelta por alguna librería, nos daremos cuenta de que cada vez son más los tomos dedicados a analizar series de televisión (Breaking Bad: 530 gramos (de papel) para serieadictos no rehabilitados, 2013), sagas cinematográficas (Star Wars: filosofía rebelde para una saga de culto, 2015) o, simplemente, al estudio de figuras ficcionales relacionadas con la cultura popular de masas (zombis, vampiros…). Como siempre, cualquier tipo de generalización derivará inefablemente en el error, pero no podía/quería dejar pasar la oportunidad de señalar una reflexión que me ha surgido mientras leía El sombrero del malo, de Chuck Klosterman. “Visto lo visto – me decía yo a mí mismo – nos encontramos en pleno de proceso de legitimación (canonización) del arte popular, por lo que debemos estar muy atentos. Nos van a intentar colar de todo”.
Me explico. Desde hace unos años es fácil escuchar en tertulias cafeteras frases como las siguientes: “Es la época dorada de la televisión”; “Ahora mismo hay más calidad en algunas series que en el cine”, “Las series de televisión están ocupando el lugar de la novela”, etc. Consecuencia de estos lugares comunes, nos encontramos con una amplia propuesta editorial destinada a analizar este fenómeno (los ensayos pop antes mencionados); de tal forma, que poco a poco esas opiniones arbitrarias se van autolegitimando dando lugar a un nuevo canon cultural narrativo (utilizaremos este concepto más amplio para no caer en el irresoluble conflicto de qué es y no es literatura). A todo esto, debemos sumar el hecho de que la Academia Sueca haya decidido dar el nobel de literatura a Bob Dylan (hecho del que escribiré en unas semanas) cimentando su decisión en el siguiente argumento: «por haber creado nuevas expresiones poéticas dentro de la gran tradición canción americana». Ahora, hagan un ejercicio de imaginación y sustituyan “canción norteamericana” por “guion cinematográfico”. ¿Ven a lo que me refiero?
Primero el consumo, luego la crítica
El capitalismo ha ganado la batalla, eso parece innegable, y ya no nos resulta raro hablar de “mercado cultural”, “obras de consumo” o “consumidores culturales”. De manera sigilosa, las leyes de la oferta y la demanda han sido validadas también en el sector del arte, pasando de ser meras conjeturas del funcionamiento mercado a convertirse en criterios estéticos (negativos y positivos). Esto no quiere decir que como críticos culturales debamos valorar una obra atendiendo a su porcentaje de ventas (ni mucho menos), simplemente planteo que las clasificaciones de «los libros más vendidos» están reconfigurando la percepción que tenemos del canon.
Es decir, el éxito comercial para muchos se ha convertido en un dato arrojadizo que permite diferenciar, superficialmente, a la cultura popular (de masas) de la cultura elitista. Por lo que, cada vez se está creando una distancia mayor entre el público y los expertos culturales, lo que ha dado lugar a un peligroso discurso elitista del arte. Esta situación de quiebra entre ambas partes del sistema que se suele vivir siempre que se va a producir un gran cambio estético (véase el prerromanticismo o la década del nacimiento de las vanguardias) ha movilizado a una generación de intelectuales (nacidos en los 80 y 90), que se han visto obligados a legitimar ante la opinión pública los productos culturales de masas con los que llevan conviviendo desde su niñez tratando de saltar así esa enorme brecha social. ¿Cómo lo hacen? Arropándose con los mismos criterios estéticos que configuraban el canon tradicional y sacando al mercado ensayos como los descritos en el comienzo de este texto.
Consecuentemente, estos nuevos críticos crean discursos en los que resaltan la profundidad artística de, por ejemplo, de series de televisión como Los Soprano, The Wire, Breaking Bad o True Detective y los validan así como referentes. Lo curioso (y esto no resta un ápice a la valía de estas narraciones televisivas) es que el proceso de canonización de estas series es el siguiente: en primer lugar, los productores las crean como un producto de consumo para gustar a la masa y, en segundo lugar, son rescatadas por la crítica como referentes culturales. Ósea, que el proceso se ha invertido ya que antes se solía crear un producto cultural para el canon que luego, si acaso, el público validaba.
Esto nos ubica en un momento de enorme interés, que ha sido reflejado paradigmáticamente con la concesión del Nobel de Literatura a Bob Dylan. Desde mi punto de vista, la Academia Sueca con la concesión de este premio ha hecho algo parecido a lo que he descrito previamente. Es decir, considero que este “sabio” jurado ha dicho: “ya que el género lírico (poesía) se está haciendo cada vez más minoritario vamos a introducir a un producto cultural popular de masas como Bob Dylan dentro del canon literario para así revalorizar, con el peso de la opinión popular, el valor monetario de la Literatura”. Debemos reconocer que es una interesante jugada.
El problema es lo que ya insinuaba anteriormente. El argumento que expone el jurado de los Nobel es que el cantautor norteamericano ha aportado mucho “poéticamente” a la tradición de la canción norteamericana. Por lo que, a mí personalmente no me extrañaría que dentro de una década Dan Harmon (guionista de Community), Nic Pizzolato (guionista de True Detective) o David Chase (guionista de Los Soprano) recibieran el Premio Nobel de Literatura por su aportación poética a la larga tradición de las series televisivas norteamericanas. Han abierto la veda. Deberemos estar atentos.
No sé la razón de tanto escándalo por el Nobel a Dylan. Los premios no son el objetivo de los escritores.
De otro lado, tampoco comprendo por que minorisan a la música en la literatura ¿cuál es el miedo?. La poesía nació hablada, cantada en los foros de la antigua grecia, es la madre de toda la literatura occidental.
Finalmente, sugeriría aprovechar la ocasión para comentar y analizar las letras de Dylan y la de otros músicos que hacen poesías en su canciones que es lo que realmente importa, en lugar de jalarse los pelos por un premio.
Saludos desde Lima-Perú