Mizaru, Kikazaru e Iwazaru. Así se llaman los tres monos sabios. Sí, esos emoticonos tan divertidos que utilizamos en el Whatsapp en el que uno se tapa los ojos, otro las orejas y el último la boca. Mizaru, Kikazaru e Iwazaru (es decir, los tres monetes de Whatsapp) son el último escalón en la simplificación de una hermosa leyenda (y tradición). Hasta la llegada de la aplicación de mensajería instantánea, la representación más famosa de los «tres monos sabios» se atribuye al ebanista Hidari Jingorō, quien durante el Periodo Edo (finales del XVI y principio del XVII) los esculpió en el santuario de Toshogu, en Tokio (fuente Wikipedia y The monkey as mirror de Emiko Ohnuki). Hoy, por desgracia, toda esta historia aparece pixelada en un mundo de falso HD .
Estos emoticones son un doloroso ejemplo de la simplificación que supone la globalización digital, porque seguramente (al menos eso me pasaba a mí) los monos se utilizan como meros adornos o aderezos, olvidando la complejidad del símbolo. Por ejemplo, es habitual que Mizaru, Kikazaru e Iwazaru se asocien con tres doctrinas morales: no decir el mal, no ver el mal y no escuchar el mal. ¿Quién lo sabía?
Sin lugar a dudas, este es un buen punto de partida para la construcción literaria de un psicópata asesino en serie. Al menos a mí me llamó poderosamente la atención y por eso me lancé, ávido de emociones fuertes, a leer El cuarto mono de J.D. Barker la persecución que hace el detective de Chicago Sam Porter del serial killer conocido como el Cuarto Mono. ¿Cuarto? Sí, porque aunque la versión más extendida nos dice que son tres, existen otras interpretaciones que barajan la existencia de un cuarto que dice: «No harás el mal».
¿Un asesino en serie con buen corazón?
En La Milana, ya lo hemos comentado en numerosas ocasiones. Las novedades de las últimas décadas nos han regalado una serie de personajes (como por ejemplo, Tom Ripley) enormemente carismáticos para el lector, aunque poseyeran una moral más que dudosa. A mí, personalmente, el Cuarto Mono (el personaje de la novela) me ha recordado a una especie de Dexter desquiciado. Es decir, juega con esa duda inherente al ser humano contemporáneo que plantea si el fin justifica los medios. ¿Son oportunos los asesinatos de inocentes para castigar (y de paso condenar) a criminales y estafadores?
Ante esta cuestión se tendrá que enfrentar el lector de El cuarto mono, que verá como este cruel asesino escoge a su víctima con la intención de mandar un mensaje. Expuesto de esta manera puede resultar atractivo, pero Barker en lugar de jugar más esta carta, la resuelve sin pillarse los dedos de una manera un tanto cruel: el Cuarto Mono no mata al «hacedor del mal», sino a un familiar, por lo que, en cierto modo, las dudas que podía albergar el lector se disipan. Lo dicho: un Dexter desquiciado.
Efectismo narrativo con ambiciones cinematográficas
Este ejemplo que acabo de poner me permite generalizar la crítica. El cuarto mono es, desde mi punto de vista, una novela repleta de efectismos narrativos con una enorme ambición cinematográfica. Me explico, se trata de una novela que funciona en su lectura rápida muy bien (se devora como un pincho de tortilla de patatas una mañana en ayunas), pero el poso que deja es escaso.
Esto se debe, en gran medida, en que el autor ha primado el ritmo narrativo de la trama por encima de la construcción de los personajes, en una clara influencia (¿apropiación?) del mundo cinematográfico. Así, caracteres que podrían tener un desarrollo mucho más profundo (esto habría obligado a lentificar el ritmo) se convierten en la novela en meros esbozos de guion. Bosquejos que quizás en una película, gracias a los diferentes códigos que tiene el cine, podrían ser definidos con maestría pero que una novela de difuminan de la mente del lector en cuanto abandona el libro en un estante. Porque no se puede leer un libro de la misma forma que se ve una película. Son dos experiencias artísticas tan fascinantes como diferentes.
Dicho esto, tengo que decir que esta tendencia de la celulosa hacia el celuloide es una moda bastante extendida y que, dentro de este género de «novelas que en realidad quieren ser películas», El cuarto mono de Baker es un ejercicio notable. Facilísima en su lectura, entretenida, adictiva, polifónica y, en ciertos aspectos, pretendidamente innovadora. Espero, por tanto, con interés ver cómo culminará este proceso con su definitiva adaptación a la gran pantalla (la cual producirá la CBS).