Nunca es tarde para leer a Andrea Camilleri (Porto Empedocle, Italia, 1925). Es la humilde lección que he aprendido este fin de semana. Se trata, sin duda, de uno de esos autores que el mundo de la literatura debe celebrar. Camino de los 94 años, el prolífico escritor ha firmado ya más de 100 libros (103 publicados, en concreto). Las lenguas a las que ha sido traducido se cuentan por decenas, y sus ventas, por millones. Hay dos tipos de reacciones ante este tipo de textos: la de aquellos que se echan las manos a la cabeza preguntándose cómo es posible que alguien no haya leído a Camilleri hasta ahora; y los que se suman al descubrimiento. Todos, en cualquier caso, podemos celebrar al autor.

Muchos ubicarán al italiano por su célebre comisario Salvo Montalbano, protagonista de muchas de sus novelas y encargado de encumbrar a Camilleri como uno de los maestros del género negro. Aún tengo un vívido recuerdo de El perro de terracota o los relatos de Un mes con Montalbano. Imagino que las desventuras del comisario llegaron a las estanterías de mi casa en aquellos años, finales de los 90, cuando el escritor comenzó a cuajar entre los lectores españoles. De hecho, ese fue el motivo por el que dio una entrevista al diario El País, en la que confiesa una preciosa coincidencia que hará sonreír a cualquier escuchante de La Milana.
Resulta que se suele decir que el nombre de su más famoso personaje es un homenaje a Manuel Vázquez Montalbán, y en cierta parte lo es. Ahora bien, en concreto es un homenaje a la magnífica novela ‘El pianista’, a la que dedicamos un programa en la pasada temporada. Camilleri lo explica así: «En realidad lo es a El pianista, que me llegó cuando estaba escribiendo El birraio de Preston. Necesitaba hacer una alteración en el tiempo y no acababa de decidirme. En este sentido la novela de Vázquez Montalbán me fue de gran ayuda. Por ello me siento en deuda con él, no con Carvalho».
Precisamente, esa El birraio de Preston que estaba escribiendo no es otra novela que La ópera de Vigàta, que acaba de reeditar la editorial Destino. La novela nos traslada a la Sicilia decimonónica, concretamente al año 1875, cuando en la ciudad ficticia de Vigàta (posiblemente la versión literaria del Porto Empedocle del autor) se va a inaugurar el nuevo teatro con el estreno de una ópera, El birraio de Preston, de dudosa calidad. Resulta que la elección de dicha ópera para tamaño acontecimiento no es más que el empeño de los gobernantes, especialmente del prefecto, pese a la fervorosa oposición de los habitantes de la ciudad. Un sinfín de complicaciones, malentendidos, conspiraciones y demás arterías complicarán el estreno hasta el punto de elevarse a cuestión nacional.
Como el propio Camilleri explicó, la novela está inspirada en la lectura de La Encuesta, novela publicada en 1969 que narra precisamente las desavenencias de los habitantes de una localidad con las políticas de sus gobernantes. En esta línea, en La ópera de Vigàtanos encontramos ante un retrato costumbrista de la Sicilia de la época a través de los desternillantes personajes que se suceden en esta novela. Como es característico en el autor, esta ofrece un ritmo endiablado que tiene dos consecuencias claras: es una lectura ligera, no en el sentido peyorativo, por supuesto, que sin embargo exige mucho al lector. Por un lado, por esa prosa tan afinadamente irónica e irreverente de Camilleri y, por otro, por la retahíla de personajes, que como figurantes en un teatro, aparecen y desaparecen a la misma velocidad que el lector pasará las páginas, embaucado por la pluma del autor.

Sí me parece, por ejemplo, una buena forma de introducirse en la obra de Camilleri, especialmente para empaparse de ese estilo tan único, aunque insisto en que La ópera de Vigàta solo es apta para los lectores atentos que quieran dejarse llevar por la historia con algo de esfuerzo por su parte. Si además, en una primera o segunda lectura, son capaces de exprimir todo el potencial de la novela, que en una segunda capa transita por el análisis social que retrata la desconexión entre representantes y representados, entonces, ya sí, habrá sido presa del hechizo mágico que supone leer a este autor. Otra coincidencia, el hecho de publicar esta reseña en día de elecciones en Europa y municipales en España. Resulta inevitable decir que, a ratos, me recuerda a Umberto Eco, de quien se decía que escribía para él, y no para el lector. A Andrea Camilleri, el también escritor italiano Leonardo Sciascia le advirtió que, si escribía de esa forma, nadie le iba a entender. Pero su autenticidad no flojeó, y es por eso que debemos celebrar a Camilleri. Un glaucoma que le ha condenado a sufrir ceguera ni siquiera le ha frenado y ya ha comenzado a escribir dictando. Solo nos queda desear que su genio no tenga fin.