Con el paso del tiempo, el proyecto narrativo de Honoré de Balzac titulado La comedia humana parece, a ojos de los «mortales como nosotros», más y más grande. Dicha propuesta artística consistía en escribir más de 130 novelas interconectadas que reflejaran la realidad de su época (en la historia de la literatura española, este caso puede ser comparado, con muchos peros, con los Episodios nacionales de Galdós). Desgraciadamente, la muerte truncó a Balzac la posibilidad finalizar esta hercúlea tarea de mastodónticas magnitudes, pero en verdad tampoco se quedó muy lejos de su resolución: el escritor francés del XIX escribió más de 90 obras, de las cuales la mayoría fueron novelas, aunque también hubo ensayos.
Acercarse, hoy en día, a una producción narrativa de este tipo puede resultarnos abrumador (en la época de Tinder asusta tal nivel de compromiso con un escritor). No obstante, como aclaración al lector contemporáneo, se debe precisar que La comedia humana no es una saga, es decir, todos los tomos son independientes y pueden leerse aleatoriamente sin que esto signifique que se vaya a dar una carencia de información que permita una comprensión total. Por esta razón, aunque resulta más que recomendable hacerse con todos los tomos que está publicando Hermida Editores, lo cierto es que si empezáis por el octavo, en el que se incluye Las ilusiones perdidas, podréis gozar con una de las obras más redondas de Balzac, para luego, poco a poco, ir completando la colección.
Las ilusiones perdidas se enmarca dentro del ciclo «Escenas de la vida de provincias», subapartado de La comedia humana dedicado al retrato costumbrista de aquella sociedad francesa decimonónica que, aunque ya había vivido la Revolución del 1789, aún permanecía anclada en una jerarquización social casi estamental. En estas ciudades, los cambios provenientes de París parecen excéntricos y absurdos. Con lo que es normal que en una de estas localidades, Angoulême concretamente, un joven letraherido, llamado Lucien de Rubempré, trate de huir de la mediocridad de su vida con el arte.
La estructura narrativa de esta novela, dividida en tres partes (“Los dos poeta”, “Un gran hombre de provincias en París” y “Ève y David”), reproduce casi en su totalidad lo que décadas después fue llamado “el viaje del héroe”. Esta estructura básica compartida por centenares de relatos (cuya presencia se remonta a la mitología de la antigüedad y que aún hoy sigue presente en superproducciones hollywoodienses) se centra en un protagonista que, tras abandonar su hogar en busca de un objetivo debe enfrentarse a diferentes retos mediante los que probar su valor. Lo fascinante de Las ilusiones perdidas es que en la novela de Balzac nuestro héroe, Lucien, no lucha contra dragones ni poderosos hechiceros, sino contra los usureros y estafadores adscritos al mundo editorial que habitan en París.
De esta manera, construye Balzac una ácida crítica contra la industria cultural retratando las irresolubles paradojas que surgen siempre que se juntan dinero y arte (no me atrevo a decir “cultura”). Viendo todo lo que está pasando en la actualidad en el mundo editorial español (lean algo sobre el “caso Malpaso”) creo que no vendría mal, de vez en cuando, volver la vista hacia obras como Las ilusiones pérdidas. El futuro está en los libros.