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Hacen falta más Jack London: reseña de ‘El peregrino de las estrellas’

Jack London, nada más que decir.

Cuando uno se plantea ser escritor y se pone a repasar la vida de algunos de sus autores y autoras favoritos, parece imposible convertirse en uno si no has tenido una vida digna de película. Por suerte, reconforta saber que también los hay, y muy buenos, con vidas sencillas y apacibles. Bromas aparte, pocas son comparables con la del polifacético Jack London (San Francisco, 1876 – Glen Ellen, Costa Norte de California, 1916), quien según sus biógrafos fue marino, cazador de focas, boxeador, preso (como si fuese una profesión más, así lo incluyen) o periodista, entre otras profesiones. Su carácter autodidacta y un afilado sentido de supervivencia le hizo vivir todas esas vidas y más, y para suerte de todos nosotros, plasmó sus vivencias en cientos de cuentos y novelas.

De hecho, hace no demasiados años la editorial Reino de Cordelia publicó un recopilatorio de hasta 197 cuentos que habían quedado desperdigados entre libros, revistas y archivos de todo tipo. Y si podemos destacar dos aspectos de la obra del autor de La llamada de lo salvajedos que se identifican a simple vista, esos son su capacidad de sorprendente y su carácter reivindicativo. Tomó conciencia de clase desde muy joven, y ese posicionamiento se puede palpar entre las líneas de sus escritos, enriquecidos por sus vivencias.

De hecho, se puede intuir la evolución de su pluma a lo largo de las diferentes obras, si se leen de manera cronológica. No es casualidad que, casi al final del camino, justo un año antes de su muerte, publicase El peregrino de las estrellas (Valdemar, 1997). Una novela que es, precisamente, un canto a la vida resumido en una crítica feroz a la pena de muerte y al sistema penitenciario a través de una serie de vivencias. Lo que fue, básicamente, su propia vida.

El peregrino de las estrellas cuenta la historia de Darrell Standing, un profesor universitario condenado a muerte, quien nos narra en primera persona su experiencia en la cárcel de San Quintin. Si atendemos a la estructura de la novela, encontramos una parte troncal que es la experiencia de Standing en el presente, encarcelado y víctima de un sistema penitenciario injusto y cruel que se ceba con los presos, especialmente los condenados a muerte. Resulta estremecedor comprobar cómo no solo el sistema le va a asesinar, sino que, de paso, va a convertir sus últimos días en un infierno. Así es como conocemos de primera mano la tortura del jackett, una suerte de camisa de fuerza que aplicaban al reo mientras lo encerraban aislado durante horas. 

Durante estas sesiones, y en aislamiento, conoce a otros dos presos con los que comienza a comunicarse a través de un particular sistema de golpes en la pared, pues hasta hablar de celda a celda les es prohibido. Es en las sesiones de jackett, prolongadas hasta la eternidad en el caso de Standing, donde nuestro protagonista consigue abstraerse hasta un nivel extremo, con la capacidad de separar la mente de su cuerpo y revivir todas aquellas vidas pasadas que de otro modo no conocería. Es a través de estos viajes, que no sabemos si son ensoñaciones producidas por la tortura o realidad, como London acompaña la trama central con una serie de cuentos. Así, cada “viaje” es un relato en sí mismo, y vivimos con el protagonista aventuras tan diferentes entre sí como apasionantes. 

De esta manera, nuestro personaje se transforma en múltiples protagonistas. Conoceremos al navegante inglés Adam Sprang, que en torno a 1600 naufraga en tierras coreanas, donde primero será esclavo y  después príncipe. También se convertirá en Daniel Floss, un marino que naufragará en una remota isla y tendrá que adaptarse al medio para sobrevivir aislado en medio del océano. Con otro de sus personajes, originario de tribus nórdicas, acabará al frente de las legiones romanas en Palestina y conocerá a Pilatos y a un Jesús que comenzaba a sonar como destacado predicador. O su enfrentamiento como el joven Jesse y su peregrinación por la árida tierra de California, donde tratará de sobrevivir enfrentándose a indios y mormones. Estos son solo algunos ejemplos de todo lo que depara la lectura de El peregrino de las estrellas, y no mencionaré más, pues sobra decir que merece dejarse sorprender por la pluma de Jack London.

Es fácil ver en esta novela toda la carrera literaria del escritor proyectada en una sola obra, y lo cierto es que todo aficionado del autor estadounidense debería leerla. Además, gracias a su particular estructura, se puede leer como una recopilación de relatos enriquecido por un hilo conductor que resulta ser un derechazo directo al sistema penitenciario de EEUU. Especialmente en las partes dedicadas a la historia de Standing, nuestro narrador principal, London adereza el relato con reflexiones afiladas: 

Releo con mirada de relámpago la perspectiva de mis vidas anteriores. Nunca conocí crueldad comprable a la de nuestro sistema penitenciario. […] No; no tengo respecto alguno a la pena de muerte. Se me antoja un sucio deporte que degrada, no solo a quienes lo perpetran a sueldo, sino a la comunidad que lo tolera, al pueblo que lo vota y al país que tal empleo hace de sus tributos. La pena de muerte es necia, estúpida, torpe y horriblemente anticientífica.

¿Queda claro, verdad? Desde luego, viéndolo en perspectiva, parece que en la actualidad hablar tan abiertamente, y hacerlo a través de una maravillosa novela, está mal visto. ¿Quién será nuestro actual Jack London? Seguro, lo hay, y os invito a plantearlo en los comentarios a esta reseña. Y si no se os ocurren por ahora, leed mientras tanto El peregrino de las estrellas.

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