La recientemente galardonada con el Premio Herralde de Narrativa 2019, Mariana Enríquez, crea en su antología Las cosas que perdimos en el fuego un subgénero dentro de la literatura de terror. Sus relatos, a medio camino entre el estilo de Cortázar y Lovecraft, rompen con algunos de los estereotipos del género y abren nuevas e interesantes vías para la exploración narrativa.
Las cosas que perdimos en el fuego, de Mariana Enríquez, fue un libro que empecé por el final. Cuando una antología de cuentos tiene por título el homónimo de uno de sus relatos, me gusta empezar por este (manías personales). El golpe fue brutal. La historia de estas mujeres que deciden quemarse simbólicamente para revelarse así contra la violencia machista dejó un tufillo en mi pituitaria que no se me quitó en días. La narración se podría enmarcar dentro de la tradición estética de “la nueva carne” y de autores como Clive Barker o las películas de Cronenberg. En el relato de Enríquez, la concepción tradicional del cuerpo de las mujeres (objeto de deseo de los varones) se destruye para dar paso a la construcción de una nueva identidad de lo femenino que pone en entredicho todo el sistema.
Todo era distinto desde las hogueras. Hacía apenas semanas, las primeras mujeres sobrevivientes habían empezado a mostrarse. A tomar colectivos. A comprar en el supermercado. A tomar taxis y subterráneos, a abrir cuentas de banco y disfrutar de un café en las veredas de los bares, con las horribles caras iluminadas por el sol de la tarde, con los dedos, a veces sin algunas falanges, sosteniendo la taza. ¿Les darían trabajo? ¿Cuándo llegaría el mundo ideal de hombres y monstruas?
Tras la lectura de este relato, que abrió una pequeña grieta en mi mente, proseguí (ya en orden) la lectura del resto de historias, que horadaron mi subconsciente hasta el punto de convertirse en una constante en conversaciones, reflexiones… La literatura de Enríquez es adictiva e incómoda (como morderse las uñas). Sus relatos se construyen en diferentes capas en los que el terror, la mayoría de las veces, se convierte en un recurso narrativo para señalar la crueldad de determinadas realidades.
Después del relato mencionado que da título al libro, el que en mi opinión es el más destacado es ‘Bajo el agua negra’. Una narración de corte “lovecraftiana” que se centra en los abusos policiales que sufren muchas veces los habitantes de los suburbios bonaerenses. La fiscal Pinat, protagonista involuntaria del relato, investiga un crimen policial en la Villa Moreno, a orillas del Riachuelo. La narración, que empieza como una novela negra, se convierte poco a poco en una historia de horror cósmico que refleja a algunos de los fantasmas de la sociedad contemporánea.
–De qué estás hablando.
–No te hagas la estúpida. Nunca fuiste estúpida. Los policías empezaron a tirar gente al agua porque ellos sí son estúpidos. Y la mayoría de los que tiraron se murieron, pero varios lo encontraron. ¿Sabés qué viene acá? La mierda de las casas, toda la mugre de los desagües, ¡todo! Capas y capas de mugre para mantenerlo muerto o dormido: es lo mismo, creo que es lo mismo el sueño y la muerte. Y funcionaba hasta que empezaron a hacer lo impensable: nadar bajo el agua negra. Y lo despertaron. ¿Sabés qué quiere decir «Emanuel»? Quiere decir «Dios está con nosotros». De qué Dios estamos hablando es el problema.
–De qué estás hablando vos es el problema. Vamos, te voy a sacar de acá.
‘La casa de Adela’, ‘Tela de araña’, ‘El patio de vecino’ son otros tres relatos destacados dentro de esta estupenda antología. No obstante, es mejor que nos fiéis de mí. Vuestro preferido puede ser otro y sería normal. Para averiguarlo es mejor que os hagáis con Las cosas que perdimos en el fuego y que os dejéis sorprender. Por cierto, yo hace poco terminé Nuestra parte de la noche (novela con la que ha ganado el Herralde) y estoy empezando a pergeñar una reseña. Pero tiempo al tiempo, que es mucha escritora.
Buenos dÃas,
Estupenda reseña. El corrector de textos ha hecho un cambio en el último párrafo. Por si lo queréis corregir, aunque se entiende.
Un saludo,
Elisa Gómez.
Fresca y sugestiva reseña. No me atrae el tema, pero haré un esfuerzo y lo leeré para aportar nuevo punto de vista.
Gran libro de una escritora que nos enseñó que el terror no necesariamente es grandilocuente ni se encuentra tan lejano a nuestra realidad, puede vivir a pie de calle en una ciudad cualquiera, en el agua putrefacta que bordea la villa miseria que vemos desde la autopista, en esas personas que duermen en un colchón a la intemperie, en esa casa vacía que aterrorizaba nuestra infancia. También nos demuestra que el peor monstruo puede vivir en el interior de la psique humana, y beber de los miedos que impusieron a bala y sangre las dictaduras latinoamericanas. Un coche que frena en la madrugada oscura en la puerta de una casa produce un escalofrío tan o más tangible que una simple aparición fantasmal. Porque los muertos muertos están…o no. En el mundo de Mariana Enriquez nunca hay certezas a las que aferrarse.