Poesía Reseñas

‘Galería’ de David Pujante: el hombre de las mil caras

Una nueva reseña milanesca para descubrir 'Galería', el nuevo poemario de David Pujante.

Atrapado entre una torre de novedades, tenía pendiente desde hace semanas hablaros del nuevo poemario de David Pujante. Son muchas las razones que me han empujado a aplazar la publicación de esta reseña. Supongo que uno de los obstáculos ha sido el enorme cariño que le tengo al autor (sentimiento que más que un acicate, cuando te enfrentas a una tarea como esta, puede ser una carga). Para ser sinceros, creo que he comenzado y borrado este primer párrafo unas diez veces. ¿Por qué? No lo tengo claro, pero puede ser que la impronta que ha dejado en mí su magisterio (personal y literario) me obliga a encontrar las palabras justas y adecuadas. Escribe tan bien, es tan pulcro en sus poesías, que quien embadurna un folio después de leerlo puede tener la placentera y vergonzante sensación del que pisa un suelo recién fregado con los zapatos llenos de barro.

Quien haya seguido la trayectoria de este poeta errante, sabrá que su último poemario El sueño de una sombra (Calambur, 2019) le situó (una vez más) como una de las voces más destacadas en el panorama lírico español. Habían pasado más de seis años de la publicación de Animales despiertos (Renacimiento, 2013), por lo que su publicación llegó como el caño de agua fresca en mitad del camino tras una larga marcha (para el poeta y para sus lectores). Sus tiempos de creación, seguros e inseguros, no son los de la época en que vivimos. Su obra nada tiene que ver con la “revolución” poética de “Instagram” y, sin embargo, es vigente por atemporal.

Galería (Licenciado Vidriera, 2020), el libro del que os voy a hablar hoy, es una antología que funciona (al menos para mí) como un epílogo a su último poemario. Me veo en la obligación de aclarar esto. Bien podría parecer que en esta obra nos encontramos ante los descartes de El sueño de una sombra. Nada que ver. Hablo de epílogo porque en Galería las voces de sus antiguos poemarios resuenan como un eco. Explica el propio Pujante: “Diré que extrañamente, incluso cuando parece darse por finalizado un ciclo poemático, todavía un tiempo después siguen surgiendo algunos poemas del mismo tono”.

Tienen por tanto los textos de la publicación una continuidad, no solo entre sí a partir de la forma que toman de la que luego hablaré, sino con un todo poético mucho más amplio. La obra de David Pujante es el reflejo de una batalla de alguien que persigue su voz lírica, que busca sin descanso una quimera de perfección no para el resto del mundo, sino para él. Cada verso, cada poema, es la incisión de un cirujano que se opera así mismo tratando de encontrar la verdad, su verdad.

Lo que acabo de escribir puede parecer contradictorio con Galería de la mano. En una lectura superficial, podríamos pensar que esta colección de poemas lírico-narrativos que narran la vida de otras personas no son más que una excusa para esconderse. Ni mucho menos. El propio autor nos da de nuevo una clave en su prólogo, cuando explica que encontró en Cavafis el recurso de utilizar una serie de máscaras históricas para ser él mismo sin mostrarse al desnudo.

Se convierte así Pujante con este libro en el hombre de las mil caras. Más de cuarenta caretas se prueba en Galería y, sin embargo, siempre lo reconocemos. Porque cuando hablan sus personajes, de una manera u otra, siempre terminamos por distinguir su voz. Miren los siguientes versos de “Brahms llega a tiempo a la estación de Frankfurt”:

De pronto comprendió que todo había sido perfecto,

que su dolor había sido apropiado

y que muy bien podría considerarse el hombre más feliz del mundo.

Ahora vean otro fragmento de “La mujer de Lot abandona Pompeya cuando anochece”:

Una botella cruje atrás, en la maleta (algún olvido

de la compran en súper esta tarde)

y llena de olor dulce el ámbito del coche,

que sigue acelerando.

No respeta señales y el anís se derrama.

Topa con unas latas de basura, y al fin

nada le importa, pues ni ella misma se importa.

¡Ojalá que la noche fuera eterna!

Y, por último, paladeen estos versos finales:

Y Robert Ervin Howard abandonó la casa.

Y el revólver sonó en mitad del silencio inesperado,

del cielo más azul , del más radiante sol.

¿Lo ven? Una sola voz para el hombre de las mil caras. O, quizás, mejor dicho, mil voces para un solo hombre.

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