Se ha dado la curiosa circunstancia de que en estas semanas he alternado la lectura de dos ensayos: El infinito en un junco, de Irene Vallejo (Siruela, 2020) y El murciélago y el capital, de Andreas Malm (Errata Naturae, 2020). El primero me ha permito respirar por la noches. El segundo, levantarme por las mañanas. Sobre el ensayo de Vallejo hablaré más adelante. Sus premios y gran aceptación, lo hacen conocido hasta el punto de haberse convertido en el fenómeno editorial del año. Hoy, en cambio, en la que será la última reseña del año, me quería dedicar al libro del escritor sueco Andreas Malm.
Si soy sincero, debo de decir que abordaba su lectura con reparos. No me gusta mucho la literatura que aprovecha acontecimientos históricos muy cercanos en el tiempo para hacer caja. Considero que el hecho literario aporta, esencialmente, perspectiva. En este mundo contemporáneo, los libros nos alejan de la dictadura de la inmediatez para empequeñecernos y relativizar nuestra existencia. No obstante, en el caso que nos ocupa, decidí darle una oportunidad a este ensayo porque venía avalado por el sello editorial de Errata Naturae. Su proceso de reflexión durante los primeros meses de pandemia, del que hablé con motivo de la publicación de En el corazón del bosque, justificaba completamente la llegada a las librerías de este libro.
Y menos mal. Andreas Malm, una de las figuras con más enjundia dentro del activismo climático, escribe en El murciélago y el capital una obra de altura. Denota que no es fruto del momento, sino que hay años de investigación y reflexión detrás, que finalmente desembocan en la actual crisis sanitaria. Quizás esta sea la tesis más interesante del libro. Malm se aleja del discurso, mágico y un poco místico, de aquellos que aseguran que con el coronovirus, la Tierra nos está dando un aviso. Más bien, el ensayista sueco nos viene a decir que lejos de las explicaciones simbólicas de la pandemia, este momento histórico debería interpretarse como la quiebra de un paradigma político. No, no es la Tierra la que nos manda un mensaje (esta idea, entre otras cosas, diluye la responsabilidad), somos nosotros, solo nosotros, los que hemos escrito esta parte de la historia.
Al igual que en uno de esos pasatiempos en los que se debe unir una serie de puntos numerados mediante el trazo de un lapicero, para así dibujar una figura oculta; Malm une diferentes datos mediante su pluma para dibujar una interpretación de la realidad que nos ocupa. Para ello, Malm huye de la inmediatez y busca referentes a lo largo de toda la historia del pensamiento.
Justo al final del libro, cuando el lector ya está caliente en todos los sentidos, después de haber entretejido una reflexión sobre la actual situación de emergencia sanitaria, el cambio climático y el impulso del capitalismo, el autor cita el filósofo Theodor Adorno. “Hay una sensación universal, un miedo universal, a que nuestro progreso para controlar la naturaleza vaya tejiendo paulatinamente la misma calamidad de la que, en teoría, nos tiene que proteger”.
Casi proféticas, estas palabras llevan a Malm a plantearse quién emprenderá la acción para acabar con este despropósito: “¿Dónde está el sujeto mundial? ¿Quién es? Basta plantear estas preguntas para hacernos una idea del vacío por el que avanzamos a tientas”.
Democracias y capitalismo se han fundido en un absurdo autodestructivo. Leer este libro es como contemplar un meme hecho a partir del cuadro de Goya titulado Saturno devorando a sus hijos. No creo ni que haga falta explicitarlo, pero si quieren pueden ustedes poner un epígrafe bajo cada personaje.
No debe ser ágil compatibilizar esas dos lecturas, Víctor, en tanto en cuanto al menos el de Irene Vallejo es muy absorbente.
Reseña ágil e ingeniosa.
Pese a que el tema de la destrucción del capital por el capital me atrae poco, la reseña despierta el interés. Hasta me permitiré dolores de cabeza leyendo a Andreas Malm.
¡Trabajo bien hecho, entonces! Gracias, Diego.