Hoy es 1 de mayo y, como todos los años, se celebra el Día Internacional del Trabajador; una deliciosa paradoja en un país donde más de la mitad de los jóvenes está en paro, la tasa nacional de desempleo supera a la cuarta parte de la población activa y el Gobierno sigue destruyendo empleo a base de bien. Precisamente, como miembro del primer sector, los recientes mensajes de optimismo de políticos y medios de comunicación no hacen sino aumentar mi desconfianza; por lo que, fiel a una filosofía tan antigua como La Odisea, busco en la literatura lo que no puedo encontrar en el periodismo. Parece sencillo, pero no lo es tanto. Mi abordaje de En la orilla de Rafael Chirbes me hizo sospechar lo que el autor confirmó semanas más tarde: pretende ser algo más que una novela sobre la crisis. Por lo tanto, ¿dónde buscar?
En un momento como el actual, la lectura de Las uvas de la ira de John Steinbeck resulta más que saludable. Cualquier cosa que adelante sobre el insuperable valor literario de la que ya es, para mí, la mejor novela que he leído este año; no haría justicia a la experiencia que supone sumergirse en sus páginas a ciegas, dejándose llevar por Tom, Casy, el tío John, Al y la más filósofa de todas las Madres. Su construcción de unos personajes tan patéticos como empáticos, el retrato de toda una crisis a través del éxodo por la ruta 66 de la familia Joad, o el impresionante final con Rosasharn en el granero son solo algunos de los valores que la justifican en su inclusión como uno de los trabajos más conseguidos del Nobel californiano. Y a partir de aquí, quiero que cerréis esta ventana y leáis antes el libro que la reseña. ¡Vamos! Apagad el ordenador, acercaos a vuestra librería o biblioteca más cercana y no volváis hasta que hayáis acabado la novela. No os preocupéis. Soy paciente. Esperaré.
¿Ya? ¡Estupendo! Steinbeck, al igual que Delibes con Los santos inocentes, se sirvió de la literatura (más concretamente, de un drama rural) para denunciar una realidad, para contar lo que no le dejaba el periodismo. Muchas de las verdades que refleja en esta recesión de finales de los años treinta siguen perfectamente vigentes 85 años después. Hoy enumero seis (si habéis encontrado más, ganáis vosotros. ¡Yupi!).
6. En época de crisis, los más desfavorecidos son los primeros estafados
Se lamenta el patriarca de los Joad, momentos antes de abandonar el hogar, de que debe vender muchas de sus pertenencias a precio más bajo del que las compró. No es el único; muchos de sus vecinos se ven obligados a deshacerse de sus bienes ante los comerciantes venidos de fuera y que saben cómo negociar precios baratos. Los campesinos no son ningunos ingenuos, se dan cuenta de que en estos trapicheos salen perdiendo y comprenden que sus sagaces compradores revenderán los productos adquiridos y obtendrán ganancias cuantiosas. Del mismo modo, astutos parlanchines tratan de venderles neumáticos en mal estado a precios desorbitados, conscientes de su necesidad en la carretera. Pero no pueden hacer nada al respecto, a ellos les han explicado cómo funciona el sistema, cómo asustan a la gente fingiendo un desinterés y aun así no entienden “qué hay que hacer”. De un modo análogo, las infames estafas de las preferentes y el incipiente crecimiento de establecimientos de compraventa que imponen precios disparados se confunden entre las causas y las consecuencias de una recesión que se ceba con los más desfavorecidos. Sin embargo, estos son solo algunos de los culpables, ¿verdad? ¿Quién está realmente detrás de todo?
5. Los responsables son “Los Mercados”
¿De quién es la culpa? La escena, magistral en la película de John Ford, ni siquiera llega a hacer sombra a la auténtica perfección narrativa que supone el episodio V del libro de Steinbeck. La depuración de responsabilidades, una constante en las crisis económicas, pasa por las dos fases que describe Las uvas de la ira. De primeras se echan balones fuera, el interpelado se desentiende e incluso trata de señalar a otros particulares; sin embargo, al final los culpables son deshumanizados y se ven desplazados por la abstracta figura de La Compañía o El Banco.
“El banco es algo más que hombres, y todos los hombres aborrecen lo que el banco hace, pero aun así el banco lo hace”.
Hoy el enemigo son Los Mercados, un término impreciso propulsado por economistas, banqueros, políticos y medios de comunicación, con el ánimo de que los ciudadanos asuman que ellos, como personas individuales, no tienen el poder de arreglar el problema. La solución que se nos propone también resulta familiar hoy: salid a por una nueva vida ahí fuera. Las cosas están mejor en el extranjero. Lo garantizamos.
4. Nadie puede garantizar una Tierra Prometida
La familia Joad emprende este periplo hacia California con la esperanza de encontrar una vida mejor. Su éxodo no responde a un espíritu aventurero, sino más bien a la necesidad de subsistir, de ganarse el pan con el sudor de su frente y de vivir de un modo honorable. Hoy los contratos precarios laborales en España, el cada vez más alarmante desempleo y las denigrantes condiciones laborales nos han fijado el nuevo objetivo en un supuesto paraíso extranjero, solidificado en Alemania. Pero la trampa, como en Las uvas de la ira, también es evidente. El territorio germánico dista mucho de ser la utopía laboral que nos venden, debido a un infame sistema de minijobs o trabajos limitados en sueldo y en horario, donde la suma de las partes daría un hipotético “todo” proporcionado y, consecuentemente, digno. Por supuesto, la situación es comparativamente mejor que en España, pero en mi opinión dista mucho de ser decente. Queda establecido un símil con aquel chiste del siervo, que sonríe después de una azotaina con la vara infligida por su señor: “Qué bueno es el amo”, piensa, “ya no pone pincho al final del palo”.
3. La necesidad de trabajar facilita la precariedad en la contratación laboral
Otro de los momentos de pura literatura que recoge Las uvas de la ira es la advertencia que recibe la familia a mitad de camino ante esa promesa de “trabajo seguro” en la meta de su viaje. Un desconocido describe cómo el patrón brinda un número de plazas determinado; cifra que luego la demanda quintuplica con creces, de modo que terminan asentados todos los candidatos esperando en sus campamentos ante el empresario. Este, llegado el momento, busca a los más hambrientos y les ofrece el sueldo más miserable posible. Y los jornaleros, acuciados por la necesidad y confiando en que tendrán un trabajo fijo que nunca llegará, aceptan;
porque un hombre hambriento debe trabajar, y si debe trabajar, si tiene que trabajar, automáticamente se le paga un salario más bajo; y entonces nadie puede ganar más.
¿No es un fiel reflejo de los falsos datos del Gobierno que señalan los aumentos de las contrataciones como algo positivo, pero al mirar la letra pequeña vemos los ascensos más notables en prácticas y temporales mientras los indefinidos netos bajan? ¿Y qué hay de las cada vez más notorias ofertas en internet que reclaman jornadas laborales abusivas con un salario insignificante, o en muchas ocasiones directamente gratis, bajo la excusa de una presunta formación? Más aún, quienes se atrevan a señalar estos atropellos son enseguidas tildados por los propietarios de “reaccionarios” y “alborotadores”. Steinbeck se sirve de un sinónimo hoy casi en desuso: “agitadores”.
2. Muchas veces los agitadores en huelgas públicas son compañeros (¡coño!)
Es uno de los mitos más extendidos por medios de comunicación (que solo protestan cuando los recortes les tocan a ellos) y políticos. Unos y otros han desdeñado las quejas de manifestantes y huelguistas pacíficos de que, en muchas ocasiones, los vándalos encapuchados son policías infiltrados para desautorizar el mensaje de la protesta. Debo reconocer que yo mismo creía que esta historia era demasiado rebuscada, hasta que sucedió la ya mítica (y en cierto modo inevitable) equivocación entre fuerzas armadas: en medio de un episodio de injustificable brutalidad policial, el apaleado reveló su identidad a grito de «¡Que soy compañero, coño!«. En Las uvas de la ira, Casy trata de denunciar estos episodios, con trágico resultado. Más aún, las autoridades manipulan la versión oficial y culpan, por supuesto, a los sublevados. De igual modo hoy agentes de la ley mienten sobre los destrozos de mobiliario, tenencia de armas y heridas graves a los ciudadanos. Gracias a internet, estos atropellos son cada vez más ridiculizados; pese a todo, en el lado del Gobierno también se han sofisticado. ¿No es una enorme casualidad que las cargas de los antidisturbios comiencen a la misma hora que los informativos televisivos? ¿Cuándo vamos a despertar?
1. «Las uvas de la ira» subvierte el Sueño Americano… como la vida misma
En La Milana Bonita (y a un servidor en particular) nos encantan las novelas que empiezan abajo… y terminan todavía peor. Esta obra de Steinbeck supone una inversión del Sueño Americano, una destrucción de la leyenda del hombre que empieza en nada y, a base de esfuerzo, trabajo y hacerse a sí mismo, logra riqueza, respeto y prosperidad. Aquí, los protagonistas son pobres y acaban aún más hundidos en la miseria, por culpa de un sistema injusto que los explota y se las apaña para que nadie piense en revolverse contra él. Con la crisis actual ha sucedido lo mismo. Las garantías del sistema que aseguraban que si estudiábamos duro lograríamos un trabajo el día de mañana, han resultado ser otra falacia; al igual que las arquetípicas tramas cinematográficas que nos prometían un castigo para los malos, una chica bonita para nosotros y la felicidad eterna al final de los créditos.
«La vida» es otra de las excusas que ponen para frenar nuestros sueños. Código 46 se preguntaba por qué había tantos niños especiales y tantos adultos mediocres. Pero yo creo que todo es otra gran farsa. Si nunca hubo sueño, ¿por qué nos lo contaron? Y si lo hubo, ¿por qué ya no? Se suman preguntas y preguntas, pero al final solo importa una: ¿Cuál es el auténtico peligro de contarnos la verdad, para variar? ¿Qué temen que hagamos los políticos, los «Mercados», los periodistas… si terminamos descubriendo la respuesta contra el sistema por otra vía? Alguien nos tiene que dar una dosis de realidad. Si no pueden los medios, que sea la Literatura.
Notas
1. Aquí podéis leer Las uvas de la ira, de John Steinbeck