Leer un libro ilustrado de Edward Gorey (1925-2000) es un acto sexual. ¿Con quién? Pues con una parte de nosotros que solemos reprimir u olvidar en el día a día. ¿Entonces será mejor decir que «leer a Edward Gorey es como masturbarse»? No, no sería del todo correcto. Mejor decir que leer al norteamericano es masturbarse. De acuerdo, ahora explícame por qué. A eso voy mi otro yo, a eso voy, pero antes necesitamos poner una excusa. ¿Cómo cual? Te parece bien la edición que ha publicado Libros del Zorro Rojo de La procaz intimación. ¡Sí! Perfecto.
1. Es breve pero intenso
La procaz intimación se lee en un suspiro. Si se hace con pausa y disfrutando, pueden ser veinte minutos. Quien lo devore buscando el placer inmediato, no estará más de cinco. Eso sí, el regusto literario puede durar días y la mente lo suele rememorar con ganas de más. A cada ilustración le acompañan dos versos (nada más). A la izquierda las letras, a la derecha el significado. Así, las rítmicas sacudidas se suceden hasta que todo se funde en una armonía perfecta digna de las mejores bibliotecas.
2. Es romántico pero furtivo
Si lo lees en el bus, puede que alguien te mire por encima del hombro extrañado. ¿Qué hace ese joven con un cuento ilustrado para niños?, se preguntará. Tú no te darás ni cuenta porque no despegarás la vista de las páginas. Con todo, podrías haber respondido: ¡Muy señor mío, esto no es un cuento ilustrado, sino unas ilustraciones “cuentadas”! Pensándolo mejor, casi es preferible no responder y guardar este placer para la intimidad más absoluta. Así no se tienen que dar explicaciones.
3. Siempre hay algo escondido detrás de lo que explicitan los cuerpos
Edward Gorey era un hombre muy culto. Para afirmarlo no hace falta más que ver dos o tres de sus trabajos. Este norteamericano ilustró con hermosa precisión algunos clásicos, y otras tantas extravagancias, de la literatura de una forma que solo lo pueden hacer aquellos que comprenden perfectamente el texto y que luego lo proyectan en su obra (algunos ejemplos: Drácula de Stoker, La guerra de los mundos de H.G. Wells, los poemas satíricos de T.S. Eliot recogidos en El libro de los gatos habilidosos del viejo Possum o Las doce historias de terror navideño de John Updike). Con La procaz intimación cualquier tipo de lector se percatará de que hay algo oculto tras la “sencilla” historia del demonio que engaña a una mujer y la seduce para que acate sus mandatos. Las ilustraciones están repletas de símbolos y de guiños de complicidad para el lector atento. Para descubrirlo, el único secreto es mirar siempre un poco más allá.

4. Uno siempre quiere más y cuanto antes, mejor
Quizás la única pega es que cualquier tipo de lectura de Gorey provoca una pequeña adicción. Todo se queda corto, siempre se quiere más, es imposible no desear sumergirse en su universo pictórico por más tiempo. Esa eterna contradicción entre lo lúgubre y lo tierno, entre lo tétrico y lo melancólico, es difícil de olvidar y, por desgracia, a nosotros ya solo nos queda recordar.
Genial, me has convencido. Ahora, ¿podemos volver a leerlo, por favor? Sí, cómo no mi querido otro yo.