Por cuestiones que no vienen al caso, en estos momentos me encuentro realizando una estancia en una universidad extranjera anglosajona. No hace falta ahondar en el tópico, pero muchas veces los viajes a otras culturas permiten abrir la mente, entender mejor otras culturas, y blablablá. Me aburre la bonhomía del viajero, lo realmente interesante es que las travesías también te permiten comprender que el sistema está igualmente de pervertido (por no decir podrido) en todo el mundo.
Prueba de ello es que, ingenuo de mí, pensaba que el desprestigio constante de los estudios en Humanidades era un mal endémico español. A ver, no me voy a hacer el falso sorprendido y a deciros a continuación que pensaba que solamente en la Iberia carpetovetónica se estaba atacando sistemáticamente a las letras y que de repente, ¡oh Musa del Cinismo!, me he dado cuenta de que era un fenómeno global. No se trata de eso. Soy (y era) perfectamente consciente de que esta tendencia está extendida por todo el mundo.
Lo que intento hoy plantear va un poco más allá de esta denuncia ya repetida mil veces (pero no por ello menos valiosa) y adentrarme en una tendencia de la que, por desgracia, no consiguen salvarse ni los imperios universitarios anglosajones (aquí realmente reside mi sorpresa y desengaño). Me explico. Hace unos años leí un interesante (aunque maniqueo) ensayo de Jordi Llovet titulado Adiós a la universidad. En esta obra, el intelectual realiza una especie de autobiografía reflexiva de cuarenta años de profesión en la Universidad de Barcelona como profesor de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, mediante la cual expone un relato bastante cínico (y superficial) del sistema universitario español. Desde su punto de vista, la política de educación estatal ha ido relegando a las humanidades poco a poco un segundo plano. ¿La razón? Él explica que hay muchas, pero quizás la que más peso tiene es la de la rentabilidad económica. Ahora bien, si ahondamos un poco más en el tema creo que nos podemos percatar todos de que este argumento es bastante simplista.
Prueba de ello, es que yo me había hecho una idea de que al menos en las grandes universidades anglosajonas (respaldadas por inmensos presupuestos a costa de matrículas desorbitadas y completamente elitistas) las humanidades podrían aguantar el envite del capital. Es decir, pensaba yo que en un sistema capitalista, en el que la demanda regula la oferta, mientras hubiera gente dispuesta a estudiar nuestras disciplinas, en dichas universidades se verían obligados a seguir ofertando estos estudios.
Pues bueno, estando en una de estas instituciones académicas anglosajonas (con verdes prados donde los alumnos leen libros apoyados en el tronco de un majestuoso roble) me he podido dar cuenta de que el problema es aún más complejo. Ya no nos quedad ni esa triste y sucia agarradera neoliberal. Prueba de ello es que en la universidad en la que estoy ha planeado una reducción de personal en los departamentos de lenguas justificada, únicamente, por una estrategia comercial en la línea de negocio por parte de la universidad. Es decir, que no se trata de que haya pocos alumnos, el problema es que se entiende que en un futuro va a haber algunas especialidades cuyos alumnos “serán más rentables” que otros.
¿Cómo se explica esto? Bueno, es difícil, pero yo personalmente creo que es la consecuencia lógica de la importancia estúpida que se le está dando a los “ránquines universitarios”. Muchos son los que postean noticias sobre lo mal que están las universidades del país en su muro de Facebook, pero pocos los que se paran a plantearse qué es lo que realmente miden estas clasificaciones “tan objetivas”. Patentes, investigación, publicaciones… Todo lo que de alguna manera puede relacionarse con un beneficio económico tangible, mientras que la docencia (la calidad de la docencia, mejor dicho) pasa a ser un factor relativizado y menor.
En resumen, tengo la sensación de que estamos jugando una partida con las cartas trucadas. Si se nos impone un sistema neoliberal en el que se exija una rentabilidad social y económica de los estudios universitarios; si además las herramientas que miden estos supuestos beneficios solo se fijan en los factores de producción y dejan de lado el valor de la formación; entonces, veo muy difícil que consigamos ganar la partida. Espero equivocarme y que todo sea un farol. Lo espero, de verdad.
Desde mi punto de vista es un problema multifocal y que además se retroalimenta. Hemos creado una sociedad utilitarista en la cual si un bien no sirve para producir otro bien (material), no tiene ningún valor, y por tanto es deshechado.
Pongo el caso concreto de la carrera que yo estudié, las lenguas clásicas, el latín y el griego. ¿Sabéis cuál es la pregunta que más me hacen mis alumnos de secundaria, y la que más me han hecho durante toda mi vida? Adivinad: «¿Y eso para qué sirve?» o la que también compite en el ranking «¿Y de qué se puede trabajar con eso?».
Por otro lado, ahora que he empezado a trabajar en un instituto de secundaria como profesora de latín y lengua castellana me he dado cuenta de que el problema es aún peor. Hemos polarizado la concepción «ciencias» vs «letras», como si fuera algo separado sin relación aparente. Lo peor de esta errónea concepción es que los propios profesores de los centros denostan las humanidades y con el argumento de que «son más fáciles» (porque, evidentemente, al haber ido perdiendo alumnos, hemos bajado el listón, pero pocos son los que realmente se atreven con la gramática latina), animan a los alumnos más inteligentes a ir por ciencias porque tiene más salidas, mientras que a los que no lo son tanto dicen lo siguiente: «Bueno, no creo que este pueda con un Bachillerato científico, que se vaya a letras». ¿Qué idea, desde jóvenes, les estamos transmitiendo a los alumnos? Que las humanidades no valen para nada, y que son fáciles y para tontos.
Esto se repite de igual manera en la universidad, de la que hace no mucho salí. Han estado a punto de eliminar la carrera de Lenguas Clásicas en Valladolid, haciendo una extraña fusión con Estudios Hispánicos, mientras que el departamento es uno de los más activos de toda la universidad, y de los que más dinero genera. Están elaborando un diccionario médico, además de organizando conferencias y charlas sobre diversos temas; entre ellos, el tan de moda actualmente, de la mujer. Pero nos echan, nos cierran.
Y luego llegas al mercado laboral, con tu título en humanidades, y te encuentras que no eres apreciado en ningún sitio, que sólo piden ingenieros, economistas y médicos. Pero, ¿algo habrás aprendido? ¿O han servido todos tus años de estudio para limpiarte el culo con tu título? Yo opino que sí, que he aprendido a pensar, a ser una persona crítica, a procesar información, y a comprender nuevo vocabulario. Eso no te lo dan las ciencias por mucho que quieran, sino que debe haber una combinación entre los dos ámbitos. Pero seguimos viviendo en el mundo de la pantomima donde todo se polariza, izquierda-derecha, ricos-pobres, ciencias-letras. Y creo también que sólo una reflexión profunda desde el acercamiento de posturas nos salvará del desastre.