No sé por qué, pero últimamente me cuesta cada vez más encontrar una novela de esas que te agarran de la pechera y no te sueltan, uno de esos libros que te arropan con la noche cuando menos te lo esperas, una de esas obras que te piden educadamente: “Por favor, hoy no salgas, quédate aquí leyendo”. Este año me ha pasado durante unas doscientas páginas con Patria, de Aramburu (luego se desinfla) y, los meses del verano, con La trama nupcial de Jeffrey Eugenides.
Conviene por tanto resaltar mi imparcialidad en las líneas que siguen. Si las críticas son por definición subjetivas, esta (si acaso fuera posible) lo será aún más, porque nace de una lectura obsesiva, compulsiva y voraz. Acostumbrado al reposo y la reflexión, debo reconocer que en este caso me he dejado llevar por la lujuria y el gozo más primitivo. Y, puede, que el libro no sea siquiera bueno. Incluso, es posible que se dé el caso de que alguien lo empiece y le parezca soporífero. Puede que sus juicios sean acertados, no lo sé, al final esto (como casi todo) es una cuestión de contexto vital.
La trama nupcial de Jeffrey Eugenides puede ser catalogada temáticamente como una novela de campus. Es decir, su trama y personajes se encuadran dentro del mundo universitario con todo lo que esto implica (elitismo, clasismo, intelectualismo vs. revolución, lectura, reflexión). Aquí en La Milana Bonita, ya hemos analizado una novela que podría enmarcarse dentro de este subgénero: Desgracia, de Coetzee. Y, ya que estamos aquí, permítanme que les presente dos libros y una película para profundizar mejor en este campo: El diciembre del decano, Saul Bellow; Pnin, Vladímir Nabokov (dos joyas); e Irrational Man de Woody Allen.
Este tipo de narrativa reproduce los patrones consolidados de otros subgéneros, como por ejemplo la novela negra o romántica, pero enmarcados dentro del mundo universitario. Esto, por supuesto, condiciona enormemente el resultado final. Por ejemplo, el libro del que hoy les hablo es una novela de amor vista con los anteojos de El discurso amoroso de Roland Barthes.
La historia se conforma por tres puntos de vista diferentes y complementarios: Madeleine (una estudiante obsesionada con las novelas decimonónicas que se enfrenta a la paradoja de la postmodernidad); Mitchell (un joven místico que busca su camino en la teología); y Leonard (un brillante científico con un trastorno bipolar). Entre estos personajes se crea una compleja relación “amorosa”. Se trata de un trío construido en una tradición (la de las novelas decimonónicas inglesas) y deconstruido por un contexto social e intelectual.
Dice Barthes en El discurso amoroso:
El lenguaje es una piel. Yo froto mi lenguaje contra el otro. Mi lenguaje tiembla de deseo. La emoción proviene de un doble contacto: por una parte, toda una actividad discursiva viene a realzar discretamente, indirectamente, un significado único, que es «yo te deseo», y lo libera, lo alimenta, lo ramifica, lo hace estallar (el lenguaje goza tocándose a sí mismo); por otra parte, envuelvo al otro en mis palabras, lo acaricio, lo mimo, converso acerca de estos mimos, me desvivo por hacer durar el comentario al que someto la relación.
Con una premisa así, entiendan que haya “gastado” mis tardes de agosto empachándome de lectura con La trama nupcial. Si no podemos leer así los días estivales, ¿qué nos queda? Aunque sea una vez al año, viene bien desconectar y ceder a nuestros instintos primarios literarios.
Hola. Se me ocurren otras dos novelas que retratan el mundo universitario: «Stoner», de John E. Williams, e «Indignación», de Philip Roth.
Aprovecho para señalaros un error en esta entrada. El nombre del escritor sudafricano es Coetzee, terminado en doble e.
Saludos