Narrativa Reseñas

Un mensaje en una botella: ‘Mariluz y el largo etcétera’ de Alejandro Cuevas

Cuentan que Roberto Bolaño se presentó a decenas de concursos literarios antes de alcanzar cierto reconocimiento con Los detectives salvajes. Supongo que ante las negativas del sector editorial (restringido a una oligarquía de firmas) y las penurias económicas a las que debía hacer frente, verse obligado amoldar sus escritos a unas bases sería el menor de sus males.

Este hecho puede que sea anecdótico (un caso entre miles) o, en cambio, lo podemos tomar como un serio aviso sobre lo que nos estamos perdiendo en los tiempos de Màxim Huerta el Breve. Ahora que vale más tener millares de seguidores en redes sociales o en canal de YouTube que la calidad de lo que se escribe, ¿cuántos letraheridos naufragarán cada día en alguna de esas web literarias que recogen las convocatorias venideras? ¿Cuántas escritoras mandarán periódicamente mensajes en una botella con la utópica esperanza de que lo lea alguna editorial?

El caso de Alejandro Cuevas bien podría servir como ejemplo de lo que hablamos. Este escritor acaba de publicar Mariluz y el largo etcétera (Difácil, 2018), una compilación de dieciocho relatos de los cuales siete habían sido reconocidos previamente en algún certamen poético. Bien es cierto que el escritor vallisoletano es un autor, se podría decir, con una carrera consolidada: decenas de premios a sus espaldas y cuatro novelas publicadas (una de ellas, La vida no es un auto sacramental, accésit del prestigioso Premio Nadal y galardonada con el Premio Ojo Crítico de RNE); y, sin embargo, pese a todo ese bagaje, es un «outsider» del sistema al igual que en su momento lo fue Bolaño. Por favor, dicho esto no entiendan que aquí trato de hacer una comparación literal (en sus diferentes acepciones), más bien, se trata de una crítica contextual, de una reclamación por las obras perdidas.

Porque, si algo nos muestra Mariluz y el largo etcétera, es que Cuevas se merece una oportunidad por parte de los lectores. El libro, cuya portada es una preciosa ilustración de Germán Gómez por cierto, deja en el lector destellos de buena literatura. Un servidor, consecuencia de sus fetiches literarios, se ha quedado maravillado con los perfiles patéticos de muchos de los personajes que okupan estas páginas. Adoro a estos sujetos fracasados que, la mayoría de las veces, se apuntalan en el mundo gracias al cinismo vital y a la ironía del narrador. En este sentido, he querido ver una cierta pátina de crítica a la posmodernidad, desde la consciencia (o no) de que todos estamos infectados por este virus.

Ahora bien, tampoco nos pongamos existencialistas, porque uno de los ejes transversales que ensarta la casi veintena de escritos es su tono humorístico. Esto hace que la lectura sea amena, digestiva, aunque en algunos pocos relatos el gusto del autor por el giro final, es decir, por provocar esa sorpresa que origine una relectura, cierra (quizás demasiado) el amplio amalgama de interpretaciones que suele abrir con los planteamientos.

Mariluz y el largo etcétera es una obra estupenda, una sinécdoque perfecta del sistema editorial español, un mensaje en una botella que ha rescatado una pequeña editorial vallisoletana en esta distopía que se ha hecha realidad en la que los youtubers son escritores y en la que a alguien se le ocurrió que Màxim Huerta podría ser un buen ministro de eso que hemos llamado cultura.

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