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El arte de narrar recuerdos: reseña de ‘El club de los mentirosos’, de Mary Karr

Pasan todo tipo de libros por la redacción de La Milana Bonita, pero hacía tiempo que no llegaban a mis manos unas memorias. En líneas generales y por algún tipo de razón sin ningún tipo de fundamento, no me atraen ese tipo de libros. Los veo como historias demasiado artificiales en las que descubrimos la vida que el autor o autora quiere contarnos, independientemente de los hechos. No me ocurre, por ejemplo, con una biografía, con las que has de tener en cuenta la visión del biógrafo, pero al menos no es el protagonista de la historia el que la modifica. Soy consciente de que me pierdo obras maestras, y por ello poco a poco voy enmendando mi error. Lo hice, por ejemplo, con Una librería en Berlín’, de Françoise Frenkel; y lo hago ahora con una obra que empecé a leer a ciegas, sin saber nada ni de la autora ni del argumento y no ha podido ser una experiencia más gratificante.

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Hablo de ‘El club de los mentirosos’ (Errata Naturae & Periférica), de la estadounidense Mary Karr, cuya niñez fue tan intensa, tan compleja dentro de la propia cotidianidad a la que pertenece el relato, que contada con las palabras exactas daba para libro. Hace no mucho leía un artículo publicado en el diario El País que advertía de que no todas las historias son publicables, que por mucho que tu vida sea apasionante o tengas habilidad para contar historias, lo tuyo no tiene por qué ser publicar un libro. No es el caso de Mary Karr, que como ella misma explica, “cuando el destino te pone en bandeja unos personajes así, ¿para qué inventar nada?”. Más claro no lo puede decir, aunque cabe explicar que también importa su habilidad literaria, porque no todo puede basarse en una cantidad de recuerdos amontonados. También hay que saber recomponerlos y narrarlos, y eso es lo que hace Karr (y la maravillosa traducción a nuestro idioma, a cargo de Regina López Muñoz).

Así es como nos traslada a su Texas natal, concretamente a un pueblo pretolero de nombre Leechfield, un lugar que prácticamente nadie de la familia estimaba, pero donde la casualidad los llevó. Todo empieza con su madre, quien conoce al que será su padre tras tener un percance con el coche y acaba casada y con dos hijas, tras una serie de divorcios. La figura de la madre es la que estructura toda la historia y sobre la que recaen el gran peso narrativo de las memorias. Es un personaje brillante, y hablo de personaje porque, al fin y al cabo, estamos conociendo como lectores a la madre que ella ha reconstruido para ‘El club de los mentirosos’. Su figura es como un poliedro de múltiples caras y aristas, y representa a la perfección el tono tragicómico que envuelve toda la obra. Lo vemos desde las primeras líneas de la historia, en una escena en la que un trabajador que estaba reformando la cocina a la madre de la autora advierte un agujero en un azulejo:

“- Señora Karr, ¡esto parece un agujero de bala!

Lecia, que no dejaba pasar una, intervino:

– ¿Esto no es de cuando le disparaste a papá?

Y mamá entornó los ojos, bajó un poco las gafas por su nariz patricia y dijo con disciplencia:

-No, eso es de cuando Larry. – Se giró y señaló otra pared-. A tu padre le disparé allí

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La escritora Mary Karr

Si eso no es un inicio potente, no sé qué más puede serlo. Es la forma que tiene Karr de atraparte, contando casi sin darle importancia acontecimientos que, sin embargo, en otro tiempo fueron tabú para la familia y que ahora sirven de torrente sanador al ponerlo sobre las líneas. Y esa es la sensación que uno tiene como lector, la de estar ante una persona que te está confesando sus secretos más íntimos como si te conociese de toda la vida. Así, vives momentos como la violación que sufrió con apenas 8 años, peleas entre los progenitores de lo más violentas y momentos de ternura que sirven de refugio ante la tempestad:

“Decía mamá que en ese preciso instante el fular blanco de gasa de la Dietrich aleteó con el viento y le cubrió la boca igual que una máscara, de modo que lo único que mi madre vio al principio fue el carmín a través de la tela y su mirada encima del fular: ‘Tenía los ojos más tristes del mundo’. Entonces se le ocurre enseñarme a pintarme los ojos como hacía Marlene Dietrich.”

Por supuesto, pese a que la madre es la persona más importante de la obra (y consecuentemente, suponemos,  de la vida de la autora), el resto de figurantes también aportan un gran valor. Lo vemos por ejemplo en ese padre cuyas ausencias intermitentes son también un ingrediente clave de la infancia, o una hermana, Lecia, que nos muestra ese amor fraternal que en ocasiones coquetea con un odio artificial pero que, en el fondo, no es más que puro amor. Intercambia los recuerdos y momentos pasados de su vida con reflexiones que hace Karr mientras escribe esas líneas, y eso refresca la lectura y ayuda a situarnos. Una lectura que, pese a mis sospechas iniciales, no pierde peso con el paso de las páginas, más bien todo lo contrario. Y lo consigue porque la autora hace que sientas a los personajes cercanos y, al conocerlos cada vez más, más quieres saber sobre ellos.

No es bueno, ya lo ven, andarse con prejuicios con los libros y resulta de lo más gratificante encontrar historias maravillosas tras portadas de las que no sabes qué esperarte. Si tienes un amigo o amiga enfurruñado porque está sin vacaciones, regálale ‘El club de los mentirosos‘. Como mínimo, le trasladará a Texas, que tiene pinta de que también hace calor, pero queda demostrado que se lo pasará en grande.

2 comentarios

  1. Ay, gracias, Eduardo, por esta magnífica reseña. Es verdad que no pocas veces una se sorprende con algunos libros prejuzgados. Intento luchar contra éso. Particularmente, lo que no suele fallarme es la lectura de cualquier tramo, un par de páginas bastan, para vislumbrar o descartar mi posible interés.
    Me dejó con sus palabras ganas de leerlo, gusto mucho de ese humor irónico que asoma en su cita escogida de los disparos.
    Mil gracias, Milana bonita.

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