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Malestar social vs. Malestar amoroso: reseña de ‘Feliz final’, de Isaac Rosa

Estaba dándole vueltas a los ingredientes que debe tener un texto para ser, hoy, medianamente aceptado en la web. Las opciones han sido varias, desde apelar al morbo con algún titular de esos que atrapan, sobre el nuevo peinado de algún futbolista; hasta hacer algún juego de palabras con el sexo de por medio (carne de click). incluso poner Rosalía, el nombre más famoso de los últimos meses. Como habéis podido comprobar ya, el resultado ha sido bien diferente, porque al fin y al cabo, esta reseña trata sobre uno de los temas más antiguos, manidos, aburridos y estudiados del mundo: el amor.

Quizás sea decir demasiado que un servidor va a hablar del amor. En realidad no soy yo el intrépido que se ha atrevido a tocar semejante tópico. Lo ha hecho Isaac Rosa (Sevilla, 1974), un escritor apreciado entre las bambalinas de La Milana que nos ha regalado momentos maravillosos en su polifacética producción literaria. Porque lo mismo te habla de una rebelión obrera en una fábrica que de un grupo de jóvenes que experimenta en una habitación oscura; incluso se anima con novelas ilustradas por entregas que comienzan tal que así: “Es de noche, conduzco hacia el norte, me persiguen y llevo a Franco en el maletero”. Sí, de dictadores también escribe, y aunque esto es harto subjetivo, permítanme añadir que siempre lo hace bien. Posiblemente sea uno de los autores contemporáneos que mejor ha sabido ver que el capitalismo va mucho más allá de organizar la economía, y se erige también como un sistema de valores, político, emocional y social que lo impregna todo y nos condiciona como seres humanos.

Tal es así, que ha llegado el punto en el que ese sistema que vivimos ha infectado hasta las raíces de lo que creíamos más intocable e íntimo: el amor. Ese amor que unos idealizan y otros banalizan conscientes ambas partes de que se trata de un elemento tan inmaterial como poderoso. Por amor se han librado hasta guerras, y es también “un estado inferior del espíritu, una especie de imbecilidad transitoria”, que dijo Ortega y Gasset sobre el enamoramiento. Al filósofo le dio hasta para un ensayo, ‘Estudios sobre el amor’, que en realidad era un conjunto de textos a través de los cuales trataba de definir el propio ‘amor’, relacionándolo y separándolo a su vez de los múltiples conceptos que acompañan y muchas veces desvirtúan como deseo, atracción física o cariño. En los tiempos de ‘Tinder’, cabría preguntarse si el amor es aquello de lo que siempre se ha hablado o, por el contrario, es un concepto que muta con la sociedad. Y eso es precisamente lo que hace Rosa con Feliz Final (Seix Barral, 2018).

Nosotros íbamos a envejecer juntos. Lo digo en voz alta por escucharme, y compruebo lo melodramático que suena: nosotros íbamos a envejecer juntos”. Con esa frase comienza la novela, una sentencia que en palabras del propio autor puede resumir el contenido del resto de páginas. Una pareja de mediana edad, tirando a jóvenes, que tratan de explicarse en qué momento ese ‘íbamos’ le ganó la partida al ‘vamos a envejecer juntos’. En qué momento todo ello se truncó y su plan de futuro, sus promesas de amor eterno se desvanecieron. Ellos son Antonio y Ángela, ambos con dos trabajos que les permiten ir tirando sin grandes lujos ni caprichos. Tienen dos hijas, y Antonio, que viene de una relación anterior, tiene también otro hijo. Son gente normal, con nombres normales, sin estridencias. Son ellos como pueden ser nosotros, y es a través de las voces de ambos protagonistas como el autor trata de desentrañar los porqués del divorcio.

Si atendemos primeramente a la cuestión de la forma, el libro se distribuye en dos voces, la de él y la de ella, como un diálogo continuo que no da tregua, ora echándose en cara errores del pasado, ora recordando los buenos momentos, que también los hubo. Además, la historia se cuenta al revés, partiendo del divorcio hasta llegar al momento en el que se conocieron. En los momentos de mayor intensidad, ambas voces (una en cursiva, la otra normal) se entremezclan, acudiendo así a un recurso meramente formal para hacer sentir esa fuerza latente que toda discusión de pareja puede tener. No en vano, a veces hay que parar y tomar aire, porque es prácticamente imposible no verse reflejado en alguna de las reflexiones de los dos protagonistas.

El escritor Isaac Rosa

Curioso, y digno de elogio, es la forma con la que el escritor mantiene el equilibrio, y es que no permite decantarse por las argumentaciones de uno u otro. ¿Está el bienestar de la relación estrechamente vinculado al de la cuenta bancaria? ¿Es una cuestión de entender las soledades del otro? ¿Puede una pareja sostenerse por sí sola? ¿Cómo se adapta a los tiempos actuales? Continuas reflexiones que ambos ponen sobre la mesa, a veces respondiendo, a veces lanzando la pregunta al otro, tratando de llegar a un punto común que les diga “exacto, esto fue, asunto zanjado”. Una odisea prácticamente imposible, y no por falta de esfuerzo, que el autor expresa a través de la metáfora de la excavación arqueológica. El peso del malestar social frente al malestar amoroso es otra de las ideas que se exponen, hasta qué punto nuestras circunstancias se cuelan a través de las grietas de esa estructura impenetrable que creemos que es una relación.

Resulta significativa una parte en la que reivindican el hecho de pasear despacio como una forma de resistencia ante las inclemencias del mundo acelerado en el que vivimos. ¿Acaso no es posible plantear el amor no como víctima de la sociedad, sino como herramienta para combatirla? También hay de eso en Feliz final. Me gustaría cerrar con la recomendación de un texto que el propio Isaac Rosa mencionó en la presentación del libro en Barcelona. Se trata de un artículo de la filósofa Marina Garcés, quien le acompañó en dicho acto, publicado en el Diari Ara en 2015. ‘Amor lliure’ (‘Amor libre’ en castellano) lleva por título, y dejo por aquí un extracto para que aumenten aún más vuestras ganas de leer sobre el amor, sobre la libertad, sobre el capitalismo y sobre todo lo demás que no deja de ser una misma cosa: nosotros.

Hace más de 150 años algunos movimientos feministas y anarquistas, sobre todo, comenzaron a defender el amor libre: libre de instituciones, libre de sacramentos, libre de pecado, libre de imposiciones familiares, libre de contratos económicos, libre de dominación de género, libre de domesticidad y de domesticación. Desde entonces nuestras vidas, sobre todo las de las mujeres de algunos países y clases sociales, han cambiado mucho. Pero este verano han muerto demasiadas mujeres y niños a manos de sus hombres, y hemos tenido que ver este mapa de la insatisfacción digitalmente controlada [nota: referido a la filtración de datos los usuarios de una web de contactos estadounidense].

El amor libre no contaba con dos factores: el malestar social, que no decae, y el capitalismo emocional, que se acentúa. El primero es evidente: sin igualdad social, no hay amor libre que valga. El amor libre formaba parte de un proyecto de emancipación que no sólo era sexual o afectivo, sino que era sobre todo social, económico y político. No era un debate sobre la cantidad de sexo o de parejas que se podían tener, como debaten los neurocientíficos de la vida hormonalmente dirigida. Era una apuesta para vivir y amar en libertad ya fuera muchos amores o uno solo, por toda la vida.

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