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El ponche de los deseos

Con la llegada del Año Nuevo todo se ve distinto. Más alegre, más vivo, más optimista, más positivo… la tónica general es que (¡finalmente!) se acaba un año lleno de disgustos, problemas, decepciones, frustraciones… y comienza otro cargado de promesas, color, cosas buenas por venir. Resulta además, como venimos diciendo desde hace varios días (y por estas fechas todos los años), que todo el mundo se vuelve un poco niño en esta época; aunque muchos siguen mirando con condescendencia a los más pequeños, si bien reniegan de enmarcarse (al menos, por un ratito) al tenebroso, gris y aburrido mundo de «los adultos».

Ese momento vital por el que todos hemos pasado, y al que en circunstancias excepcionales podemos regresar, es al que va dirigido El ponche de los deseos. Una historia (ligeramente) más juvenil de lo habitual en Michael Ende, con ciertas dosis pícaras de guiños a «los mayores»  bajo la que subyace el eterno canto a la Fantasía infantil de su creador, que ya cristalizara tanto en La historia interminable como en Momo.

ponche deseos

Su premisa no puede ser más directa. Dos magos al servicio del diablo, Belcebú Sarcasmo y su tía Tirania Vampir, reciben presiones burocráticas en Nochevieja para cumplir con su contrato infernal, consistente en causar un número mínimo de maldades al año. Estos doce meses han sido especialmente flojos para ambos, por lo que resuelven crear un ponche que concede los deseos que uno le pida durante esta noche concreta de un modo muy especial… La maquiavélica misión, de consecuencias desastrosas para el mundo, solo puede ser impedida por las respectivas mascotas del estrambótico dúo; Jacobo Osadías, un cuervo arrabalero y respondón, y un gato obeso y pomposo con el aristocrático nombre de Maurizio di Mauro.

La disculpa argumental de la historia, de desarrollo mínimo, sirve a Ende para recrear un universo especialmente apegado al averno y a los personajes antagónicos, más cercano a los distintos escenarios de El espejo en el espejo que a sus cuentos Escuela de magia o El secreto de Lena. Además, sus apuntes irónicos están cargados de una malicia insólita en el escritor. Por citar solo un ejemplo, el maquiavélico protagonista tiene serias dudas sobre si, en los tiempos que corren, sus pérfidos colegas «pueden entrar y salir a su antojo» de las iglesias.

A esta misma filosofía se suma la costumbre de los propósitos y los deseos de Año Nuevo, fielmente recreada en las condiciones de uso del ponche «genialcoholorosatanarquiarqueologicavernoso», que concede siempre lo contrario que uno le pide; un juego de semántica que se suma a otros ingenios morfológicos y gramaticales hábilmente traducidos del alemán. Este ludolingüismo resulta aquí tan patente como cabía esperar, en una de las características más notables de la trayectoria,  tanto narrativa como poética, de su inimitable autor.

Al margen de que la amenaza patente para los maléficos hechiceros sea un diabólico funcionario, (Maledictus Oruga, un administrativo que cumple órdenes del mismísimo Mefisto con satánica burocracia, en otro de los grandes aciertos del libro), el contenido más dirigido a los adultos está incrustado en el final, un mensaje de implicaciones y una filosofía tan compleja que pocas veces ha sido tratada del mismo modo en la Literatura: no es el Bien el que necesita del Mal, sino que para que exista el Mal tiene que haber un Bien. Este aforisma, simple en apariencia, emerge destinado por primera vez a un público que empieza a abrir los ojos a un planeta cruel y despiadado; una nueva generación de niños a la que se le pide que no se abandone al cinismo de muchos de «los mayores», y conserve la esperanza en los buenos valores.

La conclusión de El ponche de los deseos, evidentemente positiva, se adhiere fielmente a esta estela de ilusión y a la promesa de un mundo mejor, sin despegarse del todo del prisma irónico que jalona toda la obra: «Los hombres nunca sabrán a quién se lo deben», grazna Jacobo al final. «Y si alguien se lo explicara -concluye el gato-, en el mejor de los casos creerían que es un cuento«.

Cuervo Jacobo Osadias Ponche Deseos

Notas

1. Si queréis conocer nuestro análisis colectivo al imaginario de Michael Ende en dos de nuestros más jóvenes programas, podéis escuchar los podcasts de Momo y La historia interminable.

2. Las citas del libro han sido recogidas de El ponche de los deseos (Colección El Barco de Vapor, SM, 2001), edición base de esta reseña. A través de Amazon podéis adquirirla por menos de 5 euros.

3. La imagen del cuervo puede utilizarse sin fines de lucro y acreditando a su autor correspondiente: Express Monorail via photopincc

4 comentarios

  1. El Barco de Vapor no es un sello editorial, sino el nombre de la colección de literatura infantil y juvenil de la editorial SM; por tanto, en la nota 2 debería decir (SM, 2001).

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