
No existen muchos cómics que centren su atención en un faro o sus alrededores. Por eso continuamos rescatando del olvido las principales viñetas dedicadas al gigante de la luz, misterioso habitante arquitectónico que no pertenece a nadie, anclado en ese punto que separa a la tierra del océano infinito. Un tributo necesario para una figura tan cautivadora como poco explotada en los lindes de la historieta. Con todos ustedes Tres destellos blancos, de Bruno Le Floch.
La historia
A principios de siglo XX, un ingeniero francés es destinado a la zona más profunda y recóndita de Bretaña, con la misión de construir un faro imposible, una obra de ingeniería en mitad de la nada, literalmente. Con los precarios medios de la época, nuestro protagonista tiene que confiar en la determinación de los marineros locales para lleva a cabo la monumental misión que le ha sido encomendada. Una lucha de esas que tanto gustan (¿recuerdan el programa dedicado a Jack London o la reseña a Lobo de mar?), en las que el hombre debe enfrentarse a la naturaleza, pero también a la condenada administración pública, fuente de la cual proviene el presupuesto para levantar el faro.
El ritmo narrativo
Tres destellos blancos no es un cómic trepidante, de los que no te dejan respirar y tienes que pasar a la página siguiente casi de modo compulsivo. No, Tres destellos blancos no es un cómic de esos, definitivamente. No obstante, eso no quita que estemos ante una historia correcta, bien construida y, aunque predecible, con un ritmo lo suficientemente bueno como para leerla de una sentada. Para conseguirlo Bruno Le Flock hace uso del recurso epistolar, una herramienta ideal para que simpaticemos con el protagonista, un auténtico extraño entre los habitantes de la profunda Bretaña. Las cartas se suceden, una tras otra, mientras el ingeniero se empeña en construir un faro en una ubicación completamente desapacible.
El dibujo
En este punto todos coincidimos en ver la influencia de Hugo Pratt y Corto Maltés a través de los lápices del francés. Dibujos sencillos sin demasiado detalle, pero con la eficacia suficiente para agilizar la lectura en los momentos necesarios. No hace falta imprimir mucho rigor para representar una sonrisa, una pelea o una escena romántica, algo que Le Flock sabe compensar con el uso adecuado de los colores en cada momento. Ni los paisajes, vestimentas o el tono de los cabellos son fortuitos, sirviendo por igual a la necesidad del autor por hacer una clara diferencia entre los hombres de tierra y la gente de agua salada, entre los foráneos y la fuerza de la naturaleza. En este sentido nos sorprende gratamente con unas espectaculares páginas completas dedicadas al poder desatado del mar.
Una cuestión de tiempo
La regla dicta que el faro podrá emitir tres destellos blancos cada 12 segundos, así como serán 20 los días que disponga al año nuestro ingeniero para llevar a cabo la colosal tarea. En el medio, como el propio faro, transcurrirá todo lo demás. Tiempo, lucha, tierra, mar y la luz de la esperanza.
¡A leer!