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Hacen falta cuatro siglos para entender a Cervantes, por el presidiario pinillo

Hoy vamos a hablar de Cervantes. No les escucho, pero me imagino que más de uno ha lanzado un sonoro suspiro. “Más Cervantes no, por favor. Me va a dar una indigestión de nacionalismo literario”. Bueno, bueno, dadme una oportunidad. Si hace dos semanas nos preguntábamos quién la tiene más (…), si Cervantes o Shakespeare, hoy nos volvemos a salir por la tangente con una novela que, pese a su absoluta originalidad, lo va a tener muy difícil para obtener algo de visibilidad entre los múltiples actos dedicados al IV Centenario de la muerte del manco de Lepanto. Nosotros, en cambio, creemos que merece la pena que os arriesguéis a un choque anafiláctico literario-cervantino por tres razones: 1) su descarga es completamente gratuita. Sí, sí, 0 euros y la tenéis disponible aquí en PDF o EPUB; 2) aunque se trata de una novela enmarcada dentro de los actos del IV Centenario, este libro no está barnizado con la habitual petulancia jaculatoria. Quizás haya algún brochazo, pero sirven más para destacar el tono irónico y cómico que para ensalzar; y 3) está avalada por una persona que ha dedicado su carrera profesional al estudio del contexto que plantea la narración. Entonces, ¿están interesados? ¿Me dan una oportunidad para hablar otra vez de Cervantes?

Hacen falta cuatro siglos para entender a Cervantes, una novela peculiar

libroSi tuviera que sintetizar en una palabra la novela de Alfonso Martín Jiménez Hacen falta cuatro siglos para entender a Cervantes, supongo que diría que se trata de una novela “peculiar”, muy peculiar. La trama nos ubica desde el primer momento en una cárcel contemporánea. Allí, un alcaide (muy peliculero) abusa de su poder para coaccionar a un preso y encargarle una misión:

Verás, quiero solicitar tu colaboración. He estado indagando sobre el asunto ese de Cervantes, y, al parecer, hay un misterio pendiente, relacionado con un tal Avellaneda. Cervantes publicó la primera parte del Quijote en 1605, y en 1614 se publicó una continuación apócrifa, conocida como el Quijote apócrifo o el Quijote de Avellaneda, ya que fue firmada con el nombre de ―Alonso Fernández de Avellaneda, natural de la Villa de Tordesillas‖. Y en 1615, Cervantes publicó la segunda parte del Quijote, en cuyo prólogo dijo que el tal Avellaneda había fingido su nombre y su lugar de origen, pues, ni se llamaba como decía llamarse, ni era en realidad de Tordesillas. Y, desde entonces, la identidad de Avellaneda se ha convertido en un misterio irresoluble, que ha traído de cabeza a los investigadores durante siglos.
»La verdad es que me trae sin cuidado quién pudiera ser ese Avellaneda, pero, ya que me han metido en este embrollo, no estaría de más que yo mismo llegara a descubrir su identidad. ¿Te imaginas?

He aquí el conflicto, más académico que literario, es cierto, pero a fin de cuentas un conflicto. Un preso, llamado pinillo para más señas, debe descubrir quién se esconde bajo la falsa identidad de Alonso Fernández de Avellaneda, autor del Quijote apócrifo. Aunque muchos ya lo sabrán, me veo en la obligación de remarcar (porque en esto reside su gracia) que el misterio planteado es real y que durante décadas han sido muchos los cervantistas que han intentado solventar con mayor o menor fortuna el caso.

La investigación de la autoría ofrece al lector una línea argumental que se puede enmarcar dentro del género policiaco, lo que hace que la narración no muera ante el lector por falta de tensión o por excesiva carga documental. Las pistas se nos muestran con el pasar de las páginas rebatiendo tesis anteriores (defendidas por otros académicos) y proponiendo una solución al enigma clara y obvia (lo que la hace aún más inquietante).

A medio camino entre el ensayo divulgativo y la narrativa detectivesca, Alfonso Martín Jiménez (catedrático en la Universidad de Valladolid) ofrece al lector un amplio resumen sobre una investigación apasionante con el objeto de desenmascarar al misterioso Avellaneda. Es cierto que en Hacen falta cuatro siglos para entender a Cervantes el enigma está disfrazado con un traje de ficción, pero esto no resta un ápice de rigor a los resultados expuestos. Las fuentes y los argumentos que se ofrecen en la novela son el fruto de largos años de trabajo del autor (un cervantista reputado).

El estilo y la fuerza de los personajes250px-Portada_de_don_quijote(Avellaneda)

Además del tema, del argumento y del género (todos aspectos muy llamativos), hay que destacar la técnica y el estilo de la trama. No se trata ni mucho menos de una narración al uso ya que, como se explica en el último capítulo, el autor ha tratado de escribir una película. No, no es un guion; y no, tampoco es una de esas novelas visuales tan de moda en los últimos años. Alfonso Martín aquí propone la escritura de un filme, pese a que es completamente consciente de que esto es una tarea imposible y quimérica. Describe encuadres, planos, mete voces en off y llega incluso a jugar con la utilización de los mismos “actores” para representar a diferentes “personajes” (locura, sana locura). Este esfuerzo estilístico lleva a veces al lector a perder un poco la atención en el desarrollo de los acontecimientos, incluso hay momentos en los que se tiene la sensación de un caos sobreactuado, pero a cambio Martín Jiménez dota a la novela de una mágica irrealidad, lo que de cara al lector se transforma en una estupenda coherencia de principio a fin.

Que podría, eso sí, escribir una película. No un guion cinematográfico, sino una novela que fuera como una película, como una hipotética película que hubiera de visionar el lector, convirtiéndose a la vez en espectador. De igual manera que cuando leemos un texto dramático nos imaginamos cómo sería su representación, cada lector de mi novela podría construir a su antojo la película correspondiente, con lo que habría tantas películas como lectores. Incluso podría incluir algún pasaje difícilmente trasladable al cine, para sugerir las distintas posibilidades de cada género…

Con todo, si tuviera que destacar algo (después de la chapa que os estoy metiendo) es a los personajes. Si os soy sincero, me costó mucho empatizar con ellos. No conseguía creérmelos. Sus conversaciones me sonaban muy forzadas y me parecía completamente inverosímil la delicadeza con la que hablaban esos presidiarios. ¡Qué argumentación! ¡Qué léxico! Ahora, si uno deja los prejuicios a un lado y les da un voto de confianza, enseguida entra en el juego. Son personajes anacrónicos, esa es su gracia. No hace falta más que leer la descripción que se hace de los protagonistas en estas pocas líneas para caer rendido a sus pies:

pinillo, de tan insignificante presencia que hasta su apellido se escribe con minúscula, a quien hemos visto cómo le abrían la cabeza en la escena anterior (de lo que da fe la venda que cubre su coronilla), y el Poli, conocido en la cárcel como Polifemo, debido a su ciclópeo tamaño, al parche que lleva en el ojo y a su increíble afición por la Fábula de Polifemo y Galatea, que otrora, cuando pinillo le enseñara a descifrarla, había recitado con su enorme vozarrón por el patio de la prisión, provocando la pasión de la chusma hacia los versos de Góngora.

Memorias y cierre

El final (tranquilos que no lo voy a desvelar) es apoteósico. Se trata de una de esas conclusiones que dan sentido a toda la lectura. Los personajes se presentan ante su autor, en un claro paralelismo unamuniano, y le trasladan el resultado de las pesquisas. El diálogo que se establece entre ellos es una crítica feroz y muy divertida al mundo universitario. Una fantástica reflexión (desde la experiencia) que deja momentos tan ácidos y corrosivos como este:

—Quiero decir que, si me traspasarais el hallazgo, podría tratar de divulgarlo en los medios académicos y universitarios, ya que formo parte de los mismos. A mí tampoco me harán —claro está— ni puñetero caso, pero al menos podría afianzar mi currículo, y lo más seguro es que me invitaran a dar alguna que otra conferencia sobre el asunto, lo que me permitiría hacer algo de turismo y conocer lugares remotos. Y, a juzgar por el taco de folios que hay encima de la mesa, podría publicar suficientes trabajos como para obtener un par de sexenios de investigación, con lo que tendría casi resuelta mi carrera universitaria.
—¿Sabéis lo que os digo? —dice el Poli—. Que me avergüenzo de que este individuo sea mi autor.

¿Estáis empachados ya de tanto Cervantes o ha merecido la pena? Ya sé que había prometido que iba a intentar apartarme de las odas y los homenajes, pero es que esta novela es tan excepcional que se merecía una breve reseña en La Milana Bonita.

¡La Revolución ha comenzado!

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Notas:

  1. Descarga gratis la novela aquí.
  2. Como es la primera vez en mi carrera que hago la reseña de un libro escrito por una persona muy cercana, me veo en la obligación de avisarlo. Creo que la crítica es honesta, pero por si acaso hubiera alguna sospecha lo apunto.
  3. Esta crónica de El Mundo podría ser un bello epílogo de la novela.

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