Adoro las distopías. Disfruto muchísimo con esas narraciones que te ubican en el límite de lo racional, en la frontera de lo conocido, y que te obligan a levantar el mentón para mirar un poco más allá. Sin embargo, odio la condescendencia, la moralina y la soberbia de aquellos escritores que nos obligan a interpretar (y valorar) la Historia a su manera. Como ya se habrán podido dar cuenta, cuando leo este tipo de narrativa «futurista» el equilibrio entre el amor y el odio es precario. No han sido pocas las veces que he empezado un libro entusiasmado por su presentación, pero que con el transcurrir de las páginas me he visto obligado a tener que inyectarme insulina con el fin de terminarlo.
Por esta razón, el descubrimiento de El Sistema (Premio Biblioteca Breve 2016) de Ricardo Menéndez Salmón, ha sido catártico y consolador. Cuando pensaba que nadie podría equipararse con los clásicos (1984 o Fahrenheit 451) apareció Black Mirror. Con el visionado de esta serie de televisión sentí un regusto agridulce: por un lado, estaba contento de que por fin hubiera una distopía confeccionada a medida para nuestro tiempo; por otro lado, temía que aquella producción fuera una prueba más de que la Literatura había perdido el paso a la posmodernidad tecnológica. Sinceramente, me daba rabia porque consideraba que el capitalismo ultratecnológico actual se merecía una respuesta reflexiva en papel (llámenme romántico si quieren). Sin embargo, el propio sistema había creado un producto de masas televisivo para cubrir ese espacio.
Cuando leí con la voracidad de un adolescente 1984 o Fahrenheit 451 me asombré con su fuerza premonitoria. Durante mucho tiempo fueron “mis libro preferidos”, hasta que en una relectura posterior comprendí que era una narrativa de batalla hecha para otra época y que a día de hoy solo podían ser recuperada desde la mirada del historiador. Así pues, me empecé a preguntar dónde estaba ese libro que funcionara como oráculo, que mirara al futuro desde el presente y no al presente desde el pasado. Espero que ahora comprendan la importancia total y absoluta de la buena nueva que les traigo.
Propios y ajenos
El Sistema de Menéndez Salmón es una lectura con una interesante superposición de capas. En la superficie de la página, en la lectura apresurada, el lector puede encontrarse con un personaje que trabaja como vigía dentro de Sistema Multinacional. Dicha sociedad se fundamenta en la oposición a los otros creando una disyuntiva maniquea propia de cualquier tipo de sistema hiperglobalizado: los Propios (ciudadanos pertenecientes al Sistema), y los Ajenos (disidentes o expropiados).
Como en toda buena distopía, Menéndez Salmón juega con el léxico para aumentar la significación vacía de los nombres burocráticos y de los topónimos. Así pues, la policía del pensamiento (o el sanatorio para disidentes) se llama Academia del Sueño, la isla en la que habita el Narrador y que podríamos equiparar a España se denomina Realidad y lo que en otros tiempos fue Estados Unidos es Cronos. De esta manera, mediante las características del género, el autor de esta novela construye una narración adictiva ya que propone una ingeniosa adivinanza al lector.
Pero dejemos esto a un lado y vayamos un poco más allá. Demos un paso adelante y valoremos el funcionamiento del Sistema ficcional que propone Menéndez Salmón en su novela, que a la postre es lo más interesante. Frente a las distopías del siglo XX que describían sistemas totalitarios basados en la hipervigilancia y control, El Sistema describe algo mucho más desasosegante: Menéndez Salmón construye una sociedad en la que no es importante la gestión de la información y la manipulación, sino una en la que el control se ejerce mediante la desinformación generada con la sobreabundancia de datos.
Por último, no quería terminar esta reseña sin antes mencionar (brevemente) la propuesta metaficcional (técnica) que vertebra toda la obra. El personaje principal, que se autodenomina Narrador, nos ofrece en un relato fragmentario de su autoconstrucción, en el que tanto el punto de vista como el tipo de narrador escogido (omnisciente, primera persona…) resuelve la pregunta siempre compleja de cómo nos relatamos a nosotros mismos y, por ende, al mundo que nos rodea.
Sin lugar a dudas se trata de una lectura fascinante y muy recomendable. Bien es cierto que por momentos la escritura parece demasiado impostada (resulta artificiosa), pero este es un fallo que se puede perdonar ya que durante ese ejercicio superlativo de escritura es cuando surgen los mejores párrafos.
¡La Revolución ha comenzado!