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El paladín de la novela: reseña de ‘Pureza’, de Jonathan Franzen

Que a Jonathan Franzen le gustan los pájaros es un hecho. No le gustan, los ama y le fascinan hasta tal punto de que suelen tener presencia, más o menos protagonista, en sus novelas. Ahora, por ejemplo, se han convertido en pilar de su argumentación contra el cambio climático. Y lo hace de un modo apocalíptico, más en la línea de “dado el desastre, disfrutemos de lo que nos queda”. Siempre contó con ese punto de irreverencia que descoloca a editores, periodistas y lectores por igual. A la mismísima Ophra Winfrey le produjo no pocos enfados, allá por el lanzamiento de Las correcciones. Pero esa misma irreverencia (que hemos señalado en reseñas anteriores) conjuga a la perfección con esa áurea de intelectual visionario que también le caracteriza. 

(Melissa Renwick – Getty Images)

Es un autor al que le gusta analizar, retratar y reflexionar sobre las circunstancias que le rodean, y exponer sus ideas a través de la ficción siempre con las dosis justas de lucidez, ironía y precisión. No en vano, acaba de publicar una colección de ensayos (El fin del fin de la tierra, con un pájaro, claro, en la portada). Pero es a través de sus novelas donde mejor se desenvuelve. En esta web ya hemos analizado algunos de sus anteriores trabajos como Las correcciones o Libertad, así que ahora nos vamos a por la que falta: Pureza.

En esta ocasión, el autor nos presenta al personaje de Pip Tyler, una joven californiana que vive en una suerte de casa okupa con un variopinto grupo de compañeros de piso. Guarda una estrecha relación con su madre, con quien se ha criado desde pequeña. Con una inteligencia afilada, el nombre real de la protagonista es ‘Pureza’ (Purity en el original), y la significación del nombre es el pilar que estructura toda la novela. Su principal obsesión es conocer a su padre o, al menos, saber de él, pero su madre se niega a contarle la verdad, más allá de una historia de tintes prefabricados que la propia Pip se resiste a creer. En la primera parte de esta extensa novela, el autor se esfuerza por poner en contexto al lector y desarrollar el personaje protagonista. 

No obstante, como suele ocurrir con el resto de novela de Franzen, en cierto momento ese personaje que nos ha desmenuzado mental y psíquicamente desaparece de la narración para saltar a otro encargado de llevar la voz principal. En el caso de Las correcciones, establecer las conexiones era más sencillo, pues los personajes pertenecen a la misma familia. En Pureza, la tarea es más complicada, y requiere de una mayor atención por parte del lector. Como es obvio, eso sí, lo que está haciendo Franzen mediante esos cambios en la voz narradora es enmarañarnos en una meticulosa red que, hilo a hilo, va conformando el argumento de la novela. En el momento más álgido, cuando ya creemos conocer a Pip, un desafortunado encuentro sexual con un chico y una inusual oferta de trabajo por parte de una de las inquilinas de la casa en la que vive cambiará su vida para siempre. 

Portada de Pureza en su edición original en inglés

Resulta fascinante ver cómo acciones en apariencia baladís se encargan de impulsar la trama. El gusto por los detalles no sorprende en un autor considerado como uno de los grandes maestros del realismo, y su afán por explicar cada pequeño gesto o pensamiento con minuciosidad implican un ritmo lento y un punto extra de exigencia al lector. Ahora bien, eso permite que cada personaje sea, y cito a Víctor Gutiérrez en su reseña de Libertad, “maravillosamente complejo”. Así, además de Pip y su entorno, conoceremos la historia de Andreas Wolf, una especie de versión literaria de Julian Assange (aunque este también existe en la novela) que, con su proyecto Sunligth Project busca desenmascarar los trapos sucios que conforman la idiosincrasia política y social de la época. Otro de los destacados es Tom Averant, un periodista que con su medio online Denver Independent se dedica al periodismo de investigación. Todos ellos, en algún momento de la novela, llevan la voz cantante y sus acciones e inacciones les llevarán a estar más conectados de lo que, en principio, aparentan. 

En la realización de esa conexión, en unir los puntos, es donde reside el mayor disfrute de la novela, cuyos capítulos tienen cierto punto de cliffhanger al más puro estilo serie de televisión (de hecho, Showtime anunció la adaptación de la novela, con Daniel Craig entre el casting, finalmente cancelada). Ahora bien, quizás a muchos lectores les puede echar para atrás el detallado “cuadro clínico” que Franzen plantea para cada uno de sus personajes. Llega al punto de retrotraerse a los abuelos de los protagonistas para explicar una acción o decisión concreta de estos y, en según cuáles, hay momentos en los que esto se hace pesado. Por ejemplo, el flashback que traslada la acción a la RDA por el pasado de algunos de los personajes (no entraré en detalles para no destripar nada) se repite, y las continuas reflexiones, siempre en boca de los protagonistas, sobre la situación RDA vs Berlín Oeste, la Stasi, el Muro y demás vicisitudes resultan un tanto tediosas y más propias de alguien que se ha informado gracias a ver La vida de los otros en bucle que de alguien que entiende las complejidades del momento.

Donde sí brilla es en el retrato que hace del periodismo online, las filtraciones, plataformas como Wikileaks y el poder de la Red como herramienta para conocer hasta la última de nuestras intimidades. Teniendo en cuenta que la novela se publicó en 2015 y viendo cómo estamos ahora, parece que el propio Franzen se quedó corto, aunque la narración mantiene cierto carácter profético. Porque como suele ser norma en el autor, su objetivo es a través de la obra retratar esa sociedad que le rodea y atisbar, analizando presente y pasado, el futuro. Lo hace, y por el camino nos invita a pensar y sentir, a comprender sobre temas universales como pueden ser las relaciones paterno-filiales, la confianza, el valor de nuestros secretos o la capacidad real de cualquier persona para mantener intacta esa pureza con la que nacemos. Este último es otro tema troncal, fantásticamente representado en la relación entre Pip y su madre, con unos capítulos finales que se me antojaron deliciosos. 

No os arrepentiréis de leer Pureza si todo lo que habéis leído hasta aquí te convence. En un interesante reportaje en el New York Times del año pasado, el propio Franzen analizaba su particular situación. Entre otros temas, su bajada de ventas (de las millonarias unidades de Las correcciones o Libertad a unas, en comparación, paupérrimas cientos de miles de Pureza -256.000 en el momento de aquel reportaje-). Pueden ser muchos los problemas, como el auge actual del ensayo frente a la ficción; el cambio de los hábitos de consumo –novelas más cortas, redes sociales, series de televisión-. ¿Pueden no funcionar tanto las sesudas y extensas descripciones de Franzen en el lector actual? ¿Es la fantasía la encargada de salvar la novela, tal y como reflexionaba Javier Calvo hace unos días en Jot Down Magazine? 

Es curioso, claro, que esté reivindicando a un autor que una vez fue portada de la revista Time. Aquello, eso sí, le ha hecho ganarse una larga lista de detractores, especialmente en EEUU (a pesar de ser un autor que supura american way of life en cada uno de sus libros). Sin menospreciar su enorme talento, el hecho de que sea un escritor tan celebrado tiene mucho que ver con el canon, obsesionados como estamos por ensalzar a los anglosajones. ¿Llegará el día que hagamos lo mismo con los, por ejemplo, latinoamericanos? ¿Qué tiene Franzen que no tenga Piglia? ¿O Leila Guerrero? ¿O Edurne Poretla? En fin, que me lío, y eso es tema de otro debate.

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