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Lolita

origin_5446460324A lo largo de nuestra vida nos marcan tres amores: el primero, el verdadero y Lolita.

Tres pasiones, tres delirios, tres arrebatos… Tan inesperados cuando llegan como intensos cuando se quedan. Los tres se sumergen hasta lo más profundo del alma y sacuden los principios, los juicios, la cordura y la mesura de los corazones más cerrados.

¿Es una locura comparar Lolita con dos momentos trascendentales en la existencia del ser humano? Tal vez. ¿Dudaría de ello alguien que ya hubiera leído la novela de Nabokov? No, ni por asomo. Es imposible no enamorarse de Lolita, del mismo modo que es irrealizable no compadecerse y a la vez reírse del profesor herido de amor; un hombre de mediana edad que decide casarse con la madre de su oscuro objeto de deseo solo para estar cerca de la nínfula de doce años que lo atormenta. ¿Hay acaso una historia de amor más frívola y perversa que esta hebefilia poco recomendable y muy censurable?

Sin embargo, a partir de este romance han nacido canciones, películas, narrativa erótica, terminología sexual… Lolita ha significado más para la Historia que cualquier otro «clásico» de la Literatura del siglo XX. Su aplicación práctica en innumerables campos, su repercusión en distintos formatos y su vigencia aparentemente perenne han eclipsado, y mucho, el texto original que Vladimir Nabokov escribiera en 1955. Las casi quinientas páginas del libro constituyen una semilla germinal repleta de hallazgos expositivos que justifican con creces su fama, al margen de una polémica arraigada en el pasado que en pleno siglo XXI se ve incapaz de escandalizar a ningún lector.

Entre estos aciertos emerge la autoironía constante del texto, que se ríe de sí mismo desde el prólogo y se columpia entre la auténtica poesía y el patetismo vacío, presentes en las declaraciones ardorosas de uno de los mejores narradores poco fiables de la Literatura. Como el Claudio de Robert Graves, la Nelly de Cumbres borrascosas o el inimitable Holden Caulfield, el lector se somete y a la vez teme a las líneas escritas desde la celda del relator Humbert, ya prisionero por sus acciones externas y sus enajenaciones internas, salvajemente caricaturizadas de mano de un Nabokov que fija el rumbo y tono de la obra de principio a fin.

En su perpetuo reto hacia el lector, el escritor ruso acoge varios niveles sin un ánimo generalista aparente, que consigue contentar a aquellos bibliófilos lo suficientemente osados como para afrontar esta delicia ludolingüística. Juegos de palabras poéticamente irónicos, anagramas con los nombres propios y claves gramaticales que auguran el desenlace de la trama jalonan un texto henchido, además, de referencias a los autores favoritos de Nabokov: Gustave Flaubert, el no menos travieso Lewis Carroll, Charles Baudelaire, Balzac, T. S. Elliot, Proust o el mismísimo James Joyce son algunos de los juntaletras a los que el autor de Ada o el ardor guiña el ojo desde las páginas de Lolita.

Pero Nabokov, contumaz ajedrecista, también desafía a su público desde un punto de vista narrativo, más inmediato y menos rebuscado, con la construcción de los personajes principales. Al margen de la lírica que emana el párrafo inicial con la introducción del nombre de la nínfula, se nos grita el desmoronamiento emocional y físico de nuestro atribulado antihéroe, enfrentado a sus sentimientos, a sus (sin)razones y, en definitiva, a sí mismo. Su nombre, Humbert Humbert, no es sino la pista crucial que bautiza a un ser humano maldito y destinado a ser su propio peor enemigo; mientras que su némesis, el escondido Clare Quilty, se dibuja como la amenaza continua e incierta sobre los protagonistas, una prosopopeya de la culpa (Guilt) que el personaje principal experimenta por la atracción insana y amoral que le suscita la joven Lo.

De esta manera, la crepuscular y mastodóntica epístola de un Humbert que araña los últimos vestigios de vida y de sensatez se erige como la fábula tragicómica de una Caperucita que termina por devorar al lobo; crónica de una femme fatale delicada y dulce, nunca agresiva y siempre peligrosa, lejos de la vigorosidad pérfida de las villanas noir que popularizaron Hammett y Chandler. Lolita se mantiene viva como luz de vida y fuego en las entrañas de cualquier lector, independientemente de su sexo o de su orientación emocional; aún décadas después del viaje final en dos pasos de la punta de la lengua al paladar, y que acaba apoyándose, por última vez, en el borde de los dientes.

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Notas

1. Esta reseña de Lolita ha sido posible gracias al ejemplar integrado en la colección que el diario El País dedicó a distintos clásicos de la Literatura del siglo XX en el año 2002. Hoy se puede encontrar en distintos mercadillos y librerías de segunda mano por precios muy asequibles, entre 3 y 10 euros.

2. Podéis rescatar la aproximación de La Milana Bonita al universo de Vladimir Nabokov en el análisis radiofónico de El ojo.

3. La imagen de «Lolita» que ilustra este artículo puede utilizarse sin fines de lucro y reconociendo la autoríaBeYourPet, a través de Photopin.com con licencia Creative Commons.

4. La imagen del libro Lolita puede encontrarse en el blog Across the Universede la escritora Nisa Arce.

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