Decíamos en el programa de Madame Bovary (y en los contextos de cine sobre Julio Verne) que existen dos tipos de parodia; las que se hacen con cariño, respeto y conocimiento del objeto víctima de nuestras burlas, y las que exacerban los aspectos más reconocibles de ese mismo objeto, dotándolo de nuevos elementos escatológicos, violentos o simplemente más extremos. Libros como Barry Trotter y la parodia desvergonzada o El sopor de los anillos se enmarcarían en esta última categoría, en boga también por culpa de las caricaturas cinematográficas capitaneadas por Aterriza como puedas y devenidas en las recientes variantes de Scary Movie y similares. Estos ejemplos de infracine y subliteratura suponen una inconexa serie de gags sacados de aquí y allá, sin ritmo ni entidad, que nos hacen olvidar que se puede ironizar sobre una obra sin perder una categoría artística propia, y aun volar, en ocasiones, por encima del asunto satirizado.
Flaubert, a través de las malas lecturas de Emma, lo hizo con las novelas sentimentales, y Bustos Domecq, a través de don Isidro Parodi, se ríe de la literatura detectivesca con la admiración puesta en tres de los investigadores más célebres de la ficción escrita: el Auguste Dupin de Edgar Allan Poe, el padre Brown de Chesterton y, por supuesto, el Sherlock Holmes de Arthur Conan Doyle. Los tres prototipos vienen trastocados en distintos rasgos del protagonista gaucho, creado por la mala leche de Borges y Bioy Casares bajo el seudónimo de «Bustos Domecq». Vamos paso a paso.
El esquema de los Seis problemas para don Isidro Parodi (1942) es también el más utilizado en estos escritos; pequeñas aventuras, cortas y en apariencia independientes. Seis relatos, seis casos, seis incógnitas se le presentan al inteligentísimo sabueso, quien las soluciona al final de cada capítulo gracias a su sentido de la analítica y la deducción. Como Dupin, que se maneja esencialmente en espacios cerrados y se sirve de las interpretaciones de los periódicos para resolver los casos, el obeso y sedentario don Isidro Parodi no se mueve nunca de su recinto. Sin embargo, su inacción se debe a una causa de fuerza mayor; y es que el más astuto detective de Argentina está preso en la celda 273 por un delito que (desde luego) no ha cometido y que (insuperablemente) no puede demostrar. Su condena de 21 años viene además orquestada desde arriba, pues un funcionario de la comisaría 8 le debe dinero tras alquilar una habitación de don Isidro por doce meses, y no le conviene que su arrendador salga de la cárcel y reclame la deuda. Tan genial como suena.
Acudamos al padre Brown, un precursor de la pésima suerte de la señora Fletcher, el “curita” tan gafe que, allá donde iba, se cometía un crimen. Su rasgo más insólito descansa sobre la máxima cristiana “Odia al pecado, compadece al pecador”, que G. K. Chesterton plasmó a lo largo de hasta cinco volúmenes. Por su osadía, La cruz azul y El jardín secreto, los dos relatos que inician El candor del padre Brown, dejan boquiabierto a cualquier aficionado al género. No obstante, el asombro pronto abre paso a la decepción cuando, en un caso tras otro, el padre Brown resuelva el problema esperando a que la conciencia delate al asesino, permitiéndole escapar tras someterle a una confesión, o desentendiéndose del asunto y confiando en que Dios castigará al culpable.
Resulta descorazonador. En una época en la que la hipocresía moral es cada vez mayor, donde empresarios católicos abusan de sus empleados y maltratan al prójimo para luego agachar la cabeza con humildad los domingos en misa, el tribunal divino se queda corto ante las maldades humanas, y hace falta una represalia más tangible que deje poso para los lectores incluso con inquietudes ético-religiosas (no digamos los ateos). En ese sentido, Isidro Parodi también resuelve el problema pero no confronta al criminal, simplemente expone la verdad tal y como fue; pese a todo, nunca vemos que nadie sufra el peso de la justicia. El sentimiento de frustración con el padre Brown se repite; el homenaje, por tanto, es evidente.
Por último, nos queda Conan Doyle. No es difícil ver la similitud inicial con Holmes; la fama de Isidro Parodi es tal que los “clientes” van a visitarle a la cárcel y plantean sus asuntos, el encarcelado resuelve el problema y estos se van, sin dejar remuneración o recompensa por los servicios prestados. Ahora bien, lo que en Holmes es trabajo de campo, razonamiento, descubrimiento de mentiras, análisis de síntomas o aspectos físicos, en Parodi se limita al hecho reseñado. Los casos son solo referidos oralmente por el implicado, y el presidiario saca sus conclusiones a partir de esa misma crónica.

No hay acción fuera de la exposición de los Seis problemas para don Isidro Parodi, todo descansa sobre las palabras de los protagonistas, y el lenguaje es también parte del juego, como ya advierte la portada que evoca a Lewis Carroll. Precisamente Bustos Domecq es capaz de desenvolverse en su narrativa personal al margen de la de sus creadores, una puntilla brillante a todos esos nuevos escritores sin talento ni originalidad que se ven incapaces de encontrar una voz propia.
Honorio Bustos Domecq fue, como ya hemos apuntado, un trasunto de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, dos canallas que se lo pasan en grande mofándose, a todos los niveles, de un género al que adoran. Pero no solamente del género, además hay chanzas a costa de la figura de los críticos en la figura del prologuista Gervasio Montenegro, un arquetípico juzgador literario que también es pura ficción. De igual manera, no faltan dardos tampoco contra los códigos que rigen las novelas colaborativas (un juego cruel consiste en discernir, en las novelas firmadas conjuntamente por Stephen King y Peter Straub, qué partes, en función de su calidad, ha escrito cada uno).
La guasa también se encuentra en el formato de los volúmenes de cuentos, ya que en esta novela de seis episodios, aparentemente historias independientes; todos los personajes que repiten capítulo evolucionan, con la excepción de don Isidro. Diablos, los autores se cachondean del mismo lector, que incluso si afirmara que ha disfrutado con la lectura de Seis problemas para don Isidro Parodi, como el que suscribe, provocaría carcajadas en los padres de este inimitable alter ego. Borges y Bioy han salpimentado su texto de bromas privadas, guiños personales y de parodias de parodias “al cuadrado, al cubo”, como ellos mismos reconocen; imposibles de discernir en su totalidad, incluso a ojos del experto más avezado en los respectivos autores de El Aleph y La invención de Morel.

El propio Borges confesó que el asunto “Bustos Domecq” se les terminó yendo de las manos en las obras sucesivas. No es para menos, aunque todas ellas conservan, en cierta medida, pequeñas dosis de la maestría que empapa los Seis problemas para don Isidro Parodi. Su segunda publicación se compone de Dos fantasías memorables, piezas autónomas sin interés para esta reseña; y el relato apócrifo Un modelo para la muerte, sobre el mismo detective Isidro Parodi, que viene firmado por un discípulo de Bustos Domecq avezado y entusiasta, B. Suárez Lynch (adivinen qué dos sinvergüenzas se esconden detrás de esa B). El joven finaliza, con una tercera voz propia (cuarta, si contamos a Montenegro), un texto inconcluso de su maestro; y este lo agradecerá con un prefacio inicialmente halagüeño, pero que termina lleno de descalificativos e improperios a la “pluma de trazo grueso” de su alumno.
Una discusión entre prologuista y autor tiene lugar al principio de las Crónicas de Bustos Domecq, donde el travieso escritor no deja de contradecir la introducción de Gervasio Montenegro en las distintas notas al pie. Finalmente, don Isidro Parodi dará su último saludo en uno de los Nuevos cuentos de Bustos Domecq, en el que protagoniza la fuga menos espectacular de la Historia: se escabullirá por la salida ante las narices de los propios guardias que, en un descuido, se han dejado la puerta abierta.
Notas
- Muchos ensayos sobre la gestación del falso Bustos Domecq son tan apasionantes como la propia novela aquí reseñada. Entre ellos cabe destacar el prólogo firmado por Juan Ángel Juristo que abre esta edición de Seis problemas para don Isidro Parodi, el texto de Rosa Pellicer Borges, Bioy y Bustos Domecq: Influencias, Confluencias, y el denso estudio de Iván Almeida sobre la teología literaria del primero.
- En La Milana Bonita hemos hecho respectivos análisis radiofónicos sobre El Aleph y otros relatos de Jorge Luis Borges y La invención de Morel de Adolfo Bioy Casares. Asimismo, tenemos disponible una colección de Cuentos de Edgar Allan Poe, así como un programa sobre su novela Narración de Arthur Gordon Pym.
- El próximo domingo 9 de marzo de 2014 abordaremos una Selección de casos de Sherlock Holmes. Las aventuras que leeremos serán Escándalo en Bohemia, Estrella de Plata y El problema final.
- La imagen del padre Brown puede utilizarse sin fines lucrativos reconociendo la autoría al usuario bfistermn, a través de la web Photopin con licencia Creative Commons. El fotomontaje de Borges y Bioy que abre esta reseña es obra de Giselle Freund, y puede encontrarse en la web de ElCultural.es